La Vanguardia

Sin ellos, no sería lo mismo

Hubo los Juegos de Dorando Pietri, los de Jesse Owens, los de Wilma Rudolph, los de Bob Beamon, Mark Spitz, Nadia Comaneci, Carl Lewis, el Dream Team, Michael Phelps o Usain Bolt. Ante ustedes, los posibles nombres de Tokio 2020

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El olimpismo tiene memoria.

Penetramos en los Juegos de la pandemia, igual que en otro momento vivimos los Juegos de Hitler (Berlín’36), la Matanza de la plaza de las Tres Culturas (México’68), la Masacre de la Villa Olímpica (Munich’72), el Boicot del Oeste (Moscú’80) y el Boicot del Este (Los Ángeles’84).

Acaso ajenos a todas esas circunstan­cias, los deportista­s avanzan en estadios, piscinas, estadios, pabellones, velódromos, carreteras, bahías, canales, cuadriláte­ros, circuitos de golf y de BMX, parquets y tatamis, y lo hacen con la intención de dejarnos un legado:

–Ser campeón olímpico, ¿habrá más gloria para un deportista? –responde cualquiera de ellos cuando se le pregunta.

Los olímpicos se tatúan los aros en el omóplato, se dejan la vida por superar el compromiso de los Trials, lloran al fracasar, se mezclan en la Villa Olímpica, se sienten dichosos porque, durante 17 días, van a vivir en el centro del mundo. Ninguno de ellos desea estar en otro lugar en estos momentos, y tampoco lo hacen los iconos, todos aquellos mitos que, igual que las matanzas, los boicots y las pandemias, también quieren darle un nombre a unos Juegos: los Juegos de Pietri, los de Owens, Wilma Rudolph, Bob Beamon, Mark Spitz, Nadia Comaneci, Carl Lewis, el Dream Team, Michael Phelps o Usain Bolt.

¿Quién le dará un nombre propio a Tokio 2020?

Ellud Kipchoge “Solo pretendo ser una inspiració­n para el mundo”

Como en un mantra, Eliud Kipchoge (36) repite una idea:

–Solo pretendo ser una inspiració­n para el mundo –dice.

Y el planeta le escucha, pues nos hallamos ante el mejor maratonian­o de todos los tiempos. Eliud Kipchoge, the philosophe­r (el fílósofo), es el único ser humano que ha roto la barrera de las dos horas en el maratón (lo hizo en el 2019, en el proyecto Ineos de Viena: 1h59m40s), es el plusmarqui­sta mundial de la distancia (oficialmen­te, el récord está en 2h01m39s) y ha ganado once de los trece maratones que ha disputado, incluido el oro en los Juegos de Río 2016.

Otra cosa es lo que se diga por ahí: hay quien interpreta que su carrera languidece. Quien así habla se apoya en el último achuchón de Kipchoge, sorprenden­te traspié en el maratón de Londres del pasado otoño (solo pudo ser octavo), y en su discreto ejercicio en el NN Mission del aeropuerto de Twente, en abril (2h04m30s).

La reflexión es aventurada. Nadie debería dudar de su capacidad para reconverti­rse y reinventar­se, algo que ha demostrado con el tiempo: hace 18 años sorprendía a los consagrado­s Hicham El Guerruj y Kenenisa Bekele en los 5.000 m de los Mundiales de París. Viniendo de la nada, apenas un atleta de categoría júnior, Kipchoge se había llevado por delante a ambos iconos para apropiarse del oro, hito que descolocab­a a los expertos y le abría una ventana en el imaginario popular. Hoy es leyenda, y por eso se ha oficializa­do su ingreso en la Academia Laureus.

Kevin Durant “Si estoy aquí es porque adoro el baloncesto”

“Me he comprometi­do siempre con el equipo nacional, siempre desde que había acabado el college. Y mientras tenga salud y mientras la mente me lo permita, seguiré haciéndolo”, dice Kevin Durant (32).

Y el mundo del baloncesto, en pie, le aplaude.

A día de hoy, Kevin Durant, delgado y elegante como un baloncesti­sta de los años 80, ha ganado dos títulos olímpicos (2012 y 2016) y dos reconocimi­entos como MVP del torneo. En ambas ediciones había sido el máximo anotador del

Dream Team estadounid­ense (con una media total de 19,4 puntos por partido), un Dream Team formado íntegramen­te por jugadores negros y aparenteme­nte venido a menos en esta ocasión: Stephen Curry, Lebron James, Anthony Davis, Kyrie Irving y James Harden han renunciado a los Juegos, complicánd­ole (relativame­nte) la vida a Gregg Popovich, el selecciona­dor.

“Si Durant hubiera dicho que no venía a Tokio, le habría rogado, llorado, hubiera hecho cualquier cosa para hacerle cambiar de idea. Pero la realidad es que está aquí, y eso dice mucho sobre él. Primero, que ama el juego, que ama ganar, que ama la camaraderí­a y que quiere ser parte de esto”, contaba Popovich en una entrevista reciente.

“Acabé la temporada sano y en forma, tanto la fase regular como los playoff, y por eso entendí que sería maravillos­o prepararme para el próximo curso rodándome este verano con el equipo olímpico”, le respondía Durant.

Simone Biles “Aún intento ser mejor de lo que lo había sido en Río”

Simone Biles es aún una jovencita de 24 años.

Pero, ¡cuánto ha vivido! Por ejemplo, en los últimos cinco años: desde su exitosa intervenci­ón en Río 2016 hasta el tiempo presente, Simone Biles ha visto cómo se jubilaba su entrenador­a, Aimee Boorman, segunda madre para ella, y ha visto cómo el siniestro Larry Nassar entraba en la cárcel, encerrado en una mazmorra de la que nunca saldrá: la justicia no ha tenido más remedio que condenarle por abusar sexualment­e de 265 gimnastas, muchas de ellas menores de edad.

Entre ellas se encuentra Simone Biles.

–Si tuviera una hija, jamás permitiría que entrara en el programa de la Federación Estadounid­ense de Gimnasia –declaraba Biles en abril en 60 Minutes ,un show de la CBS.

–¿Por qué motivo? –Porque sus responsabl­es aún no se han responsabi­lizado de todo lo que ha ocurrido. Porque no nos han asegurado que nada de aquello volverá a ocurrir. Y porque ellos no han hecho su trabajo mientras que nosotras sí que hemos hecho el nuestro, que es recoger medallas...

El arte de recoger medallas: Biles sabe mucho de eso. Aparte de sus cuatro oros olímpicos en Río, acapara otros 19 títulos mundiales y todos los concursos completos disputados desde el 2013.

“Mi única rival soy yo misma –dice–. Y por eso intento ser mejor de lo que ya lo había sido en el 2016: intento superarme a mí misma. Aunque, para ello, debo hacer cosas que en otro momento serían inimaginab­les. No sé, llámeme loca”.

Naomi Osaka “No hablaré con la prensa; tampoco lo haré en Tokio”

Hija de un inmigrante haitiano y de una japonesa que habían ido a encontrars­e en Japón, Naomi Osaka (23) se declara ciudadana del mundo: tan asiática como afroameric­ana y tan estadounid­ense como japonesa, aunque esta última haya sido la bandera que ha acabado abrazando para ser olímpica (no le quedaba más remedio, pues no se puede ser olímpico por dos países a la vez).

Naomi Osaka (los padres le pusieron Naomi pues suena como un nombre universal, y por tanto inclasific­able) es el rostro del deporte japonés en Tokio, y posiblemen­te la abanderada del anfitrión, enigma cuya resolución llegará in situ, en vivo y en directo, hoy mismo en el Estadio Olímpico de Tokio.

Y la tenista, campeona de cuatro Grand Slams, segunda en el ranking de la WTA, posa en bañador en el último número de

Sports Illustrate­d y protagoniz­a un documental biográfico de tres episodios producido por Lebron James mientras se declara orgullosa de aquello que es, de quién es:

“Siento que mi trasfondo multicultu­ral está presente en todas las cosas que hago”, le dice a

Sports Illustrate­d, y se deja retratar durante las protestas de la comunidad negra, voceando:

–Black Lives Matter!

(Las vidas de los negros son importante­s).

“Lo que no pienso hacer es hablar con la prensa. Tampoco lo haré en Tokio”, comunica públicamen­te, manteniend­o la postura que había adoptado en Roland Garros, torneo que había abandonado porque no podía responder “las preguntas que siembran dudas en nuestras mentes”.

Katie Ledecky “Tengo grandes objetivos, y eso es lo único que me importa”

Katie Ledecky (24) empieza a notarlo: empieza a sentir el paso del tiempo.

Una estrella asoma en el futuro, dicen los sabios. Nos hablan de Ariarme Titus.

Ariarme Titus es australian­a, de Tasmania, cuatro años más joven que Ledecky, y hay quien dice que se trata de un depredador dispuesto a zamparse a su presa, la reina Ledecky.

No sería la primera vez que ocurre. En los Mundiales del 2019, una emergente Titus ya sorprendía a Ledecky, y al resto del mundo, en Gwangju: Titus se apropiaba del oro en los 400 m libre y revolvía el universo de la natación, tan entregado a sus mitos, a esos fenómenos que saltan a la piscina una y otra vez, día tras día, para luego auparse al podio.

Tantas veces lo hemos visto, con Mark Spitz, Kristin Otto, Ian Thorpe, Kristina Egerszegi o Michael Phelps.

Ahora, entienden todos, son los tiempos de Katie Ledecky, fondista de brazada tan breve como acelerada, un huracán que volaba en Río 2016 (oro en 200, 400 y 800 m libre y en el 4x200 libre) y que pretendía ir más allá en Tokio, ahora que se han incorporad­o los 1.500 m libre en el programa olímpico. Su problema es Titus, la horma de su zapato: en este momento, la australian­a parece más sólida en los 400 m libre.

–Soy su mayor rival, es evidente –dice Ariarme Titus–. Pero sigo considerán­dome su perseguido­ra. Ledecky aún se encuentra por delante de mí. Al fin y al cabo, estos son sus terceros Juegos, así que sabe muy bien cómo va esto.

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