“Señor, ya puede salir a trabajar”
Del arresto domiciliario pasamos a la libertad vigilada, acogida con euforia por la canallesca
Parece que no haya nadie. No es que los Juegos sean a puerta cerrada. Es que la calle también parece vaciada y apenas se ven transeúntes, a pleno día. No es una apreciación basada en horas de observación empírica, pero sí de cuatro paseos de cinco minutos para ir a comprar viandas y de diez para coger el autobús de la burbuja olímpica. Libertad vigilada es mejor que arresto domiciliario y esto permite ir descubriendo matices.
Los japoneses presumen de ganada fama de educados y de ordenados. Si te tienen que decir que no, al menos en estos días previos a los Juegos, te lo repiten pero sin levantar la voz, sin malas caras. Sonríen pero no hay triquiñuelas posibles. No es no. Pero un correo electrónico nos permite otear la luz. Viene a decirnos, “felicidades señor, se acabó su cuarentena, puede dejar el hotel para trabajar, que para eso ha venido”. No es literal pero sí el sentido del mensaje. Acogido con satisfacción y, hasta con euforia, por la canallesca, ávida de conocer las instalaciones de los Juegos.
Uno de los músculos fundamentales de una cita olímpica es el centro principal de prensa. Imaginativo el de Atenas, maravilloso, como todo, el de Pekín, funcional el de Londres y triste el de Río, el de la capital japonesa es atractivo por su ubicación, en la Tokio Big Sight, un centro de congresos luminoso arquitectónicamente hablando y ubicado en plena bahía.
Dentro ya no hay tiempo para admirar estos detalles. Se producen carreras y, sobre todo, muchas preguntas. Cómo conectar un ordenador, cómo activar un teléfono, cómo poder transmitir. Cómo y cuándo salen los autobuses a las distintas sedes. Las múltiples burocracias que acompañan a los grandes acontecimientos. Eso sí, con un añadido: a la entrada entregamos nuestra prueba de saliva para su análisis. Son los tiempos que corren.