Un león excéntrico y sin apellido
El tatuado Memphis no habla de su padre y luce collares de 100.000 euros
Poco amante de las excentricidades, el Camp Nou será sometido a un nuevo test con el aterrizaje de Memphis Depay (Moordrecht, 1994), un futbolista de gran talento pero con una vida cuyo guion daría para unas cuantas series de Netflix. Lo primero que debe saber el aficionado es que hay que leer con atención su camiseta. Pone Memphis y no Depay. Su padre (ghanés) desapareció de su vida con 4 años y el futbolista no quiere saber nada más de él. Su madre no tardó en rehacer su vida con un vecino del pueblo y el pequeño Memphis se mudó a una casa que compartía con 10 hermanastros que le hicieron la vida imposible. Le llamaban “mono”, le pegaban y hasta le estiraban las orejas con alicates. “En aquella época aprendí a sobrevivir. Mi liberación llegaba jugando a fútbol”, confiesa.
No fue fácil encauzar una infancia tan desestructurada. El PSV se fijó rápidamente en su potencial pero le tuvo que poner un life coach (asesor de vida) para que centrara sus esfuerzos en el campo. Y funcionó, porque a pesar de tener una de las personalidades más extravagantes del mundo del fútbol, todos sus entrenadores han destacado siempre su exquisita profesionalidad. Su fichaje por el United despertó una expectación enorme pero sus ‘gestas’ fuera del verde, habitual de las revistas del corazón con vestuario no apto para mileuristas, con collares de más de 100.000 euros y con declaraciones citando pasajes bíblicos, trascendieron más que sus goles y acabó en el Lyon, donde ha podido rehacer su carrera.
Cada mañana, cuando se mira el espejo, lee la palabra ‘exitoso’ que tiene tatuada en el labio inferior para motivarse. Es el más discreto de sus tatuajes. Una enorme cabeza de león asoma en su espalda y también dio nombre a su autobiografía: Corazón de león. Compartió confinamiento con un ligre (mezcla de león y tigresa) y despertó la ira de los animalistas. Memphis nunca deja indiferente. En el Barça esperan que con su fútbol, tampoco.