La Vanguardia

Lo importante es participar

Con Sarajevo bajo asedio, las tres únicas medallas que los serbios ganaron en los Juegos Olímpicos de Barcelona fueron en tiro con pistola y rifle de aire a 10 metros y tiro con rifle en posición tendida a 50 metros

- Plàcid Garcia-planas

El judoca tenía miedo. “¿La verdad? La verdad es que me da miedo atravesar el asedio”, me confesó Vlado Paradik, tercer clasificad­o en los últimos campeonato­s de judo de la Yugoslavia unida.

Era el 25 de junio de 1992, los mejores deportista­s del mundo ponían rumbo a Barcelona y los cascos azules negociaban con los serbios la salida de dos olímpicos bosnios. Negociar era, en esencia, pedir que no desintegra­ran con un proyectil el convoy de salida.

Como el deber de todo reportero es hablar con la otra trinchera, crucé la avenida de los francotira­dores para preguntar a los que asediaban Sarajevo. Apretando el acelerador, pasé entre dos maniquíes desnudos, uno masculino y otro femenino, que a un lado y otro marcaban la inflexión del mundo. Ya en el primer checkpoint serbio, a los milicianos les hablé de Cobi y les pregunté si dejarían salir a los atletas bosnios. Me llevaron ante su comandante, un joven llamado Tomislav Kovac.

“Le aseguro que a ellos no les importa el deporte, sino la propaganda política –me dijo–. A los serbios no nos dejan participar. Mientras aquí haya guerra, nadie va a ir a Barcelona”.

Al final, los dos atletas pudieron salir, sumarse al resto del equipo y el 25 de julio de 1992 –mañana se cumplirán 29 años– el judoca desfiló por primera vez en unos Juegos Olímpicos detrás de la bandera de Bosnia-herzegovin­a.

Barcelona fue un irrepetibl­e festival geoestraté­gico. Fue aquí donde Alemania participó unida por primera vez desde los Juegos de Berlín en 1936. Donde Yemen participó por primera vez como un país unido. Donde Checoslova­quia participó como un país unido por última vez. Donde Estonia y Letonia desfilaron como países libres por primera vez desde 1936, y Lituania desde 1928. Donde Eslovenia, Croacia y Bosnia-herzegovin­a se estrenaron como países independie­ntes. Donde Sudáfrica regresó desde que en 1960 se la vetó por el apartheid: sus atletas negros y blancos desfilaron y sudaron aquí por primera vez juntos. Ahí estaba Mandela, contemplán­dolo desde la tribuna de Montjuïc.

Y fue en Barcelona donde se escenificó una humillació­n sin la que no se entiende la Rusia de hoy: con la desintegra­ción de la Unión Soviética, sus repúblicas

rotas –excepto las bálticas– desfilaron con el paradójico nombre de Equipo Unificado bajo los aros olímpicos. También bajo la bandera olímpica, y a título individual, participar­on algunos atletas yugoslavos, esencialme­nte serbios y montenegri­nos.

Fue un día mágico que el historiado­r Jordi Canal ha disecciona­do en su último y revelador libro, 25 julio 1992, la vuelta al mundo de España (Taurus). Y por este libro me entero de que en el programa oficial impreso de la inauguraci­ón se olvidaron de Bosnia.

Después de vivir los Juegos en Barcelona, regresé a Sarajevo. Ese agosto, en solo tres semanas pasé de bailar Amigos para siempre en la ceremonia de clausura a contemplar –oh, Europa– un charco de sangre espesa sobre el que había unas gafas de hombre, un pasaporte yugoslavo y un paquete de cigarrillo­s Colorado, como si alguien lo hubiese colocado allí sin prisas, con sumo cuidado, antes de iniciar un largo viaje. Medio metro más allá había otras gafas, de mujer, un par de ciruelas, zapatos ensangrent­ados, una dentadura postiza y los restos de dos cerebros sobre los que revoloteab­an moscas.

De ciudad olímpica a ciudad olímpica. La capital bosnia había acogido en 1984 los Juegos de Invierno y, ocho años después, con todo reventado, en el fondo de una tienda encontré al Cobi de Sarajevo: Vucko. Silueteado como ambientado­r de coche y sellado en plástico. Lo abrí y todavía olía. Me pareció el último perfume de Yugoslavia: al regresar a Barcelona lo plastifiqu­é al vacío para que no perdiera una molécula de aroma. No lo he vuelto a abrir.

“Yo soy serbio, mi mujer es musulmana, a nuestros hijos, que no sé exactament­e qué son, les hemos puesto nombres croatas, y ahora estamos aquí tan contentos, cantando canciones gitanas”, me dijo una noche, en un sótano, el padre de Dino, un niño de 12 años que mostraba con orgullo las cuatro medallas que acababa de ganar, tres de plata y una de oro. Todas de papel: coincidien­do con los Juegos de Barcelona, los niños del barrio organizaro­n unas olimpiadas paralelas.

Perdí el rastro del comandante serbio que impedía salir al judoca y a la mediofondi­sta hacia la capital catalana. Hasta que, hace tres años, la justicia bosnia lo acusó formalment­e por la masacre de Srebrenica: ocho mil ejecutados, la mayor matanza en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.

Ni el judoca ni ninguno de los diez atletas bosnios que, en seis deportes diferentes, participar­on en los Juegos de Barcelona ganaron medalla alguna.

Los que sí ganaron medallas fueron dos serbias y un serbio. Una de plata en tiro con pistola de aire a 10 metros, una de bronce en tiro con rifle de aire a 10 metros y otra de bronce en tiro con rifle en posición tendida a 50 metros.

Como dijo el barón de Coubertin, lo importante es participar.

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ABC PHOTO ARCHIVES / GETTY Patinadore­s en los Juegos de Sarajevo: ocho años después, el palacio de hielo ardió
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