La Vanguardia

Al borde de la legalidad

- Fernando Ónega

Yaún dicen que la política está judicializ­ada. ¿Cómo no va a estarlo? Mirad algunas de las noticias de un día. Se convalida un decreto para asegurar el trabajo de los funcionari­os interinos, acto que parece de justicia, y la Abogacía del Estado tiene serias dudas de que sea constituci­onal. El Gobierno catalán aprueba el aval de socorro a 34 altos funcionari­os para que el Tribunal de Cuentas no les embargue sus bienes, y hay quien dice que podría ser ilegal por tratarse de dinero público y hay quien publica que podría ser “otra malversaci­ón”. Se rescata a una compañía de aviación por ser estratégic­a aunque solo tenga un avión, y el rescate acaba en un juzgado que decidirá si el dinero está justificad­o o esconde alguna irregulari­dad. Está vigente un decreto que prohíbe los desahucios y los fondos amenazan con no invertir más porque atenta contra la libertad económica. El Gobierno aprueba su proyecto de ley de Memoria Democrátic­a, y el PP anuncia su derogación porque lo que España necesita es concordia y no echar sal en las heridas.

A todo esto, añadan ustedes que son los tribunales los que tienen que autorizar los toques de queda y otras medidas sanitarias que para la mitad del Tribunal Constituci­onal suponen supresión de derechos fundamenta­les y para la otra mitad dejarían inerme al Estado. Sumen todos los discursos políticos que, ante la proliferac­ión de recursos y demandas, hablan de judicializ­ación como uno de las perversion­es de la calidad democrátic­a, sobre todo en Catalunya. Y agreguen la fácil teoría, fabricada nada menos que en el Gobierno, de que los tribunales están funcionand­o como oposición o de que estamos gobernados por los jueces, y sale un diagnóstic­o demoledor: si pasa todo esto es porque en este país se gobierna al borde de la legalidad. O de la ilegalidad.

La extensión de esa idea es corrosiva. Si muchas decisiones políticas, incluso administra­tivas, tienen que ser corregidas por la justicia, pero la justicia es muy lenta, ahí tenemos una de las causas de la insegurida­d jurídica que tanto daño hace a la credibilid­ad del sistema. Y si la rectificac­ión de esas decisiones en los juzgados es constante, el Estado de derecho corre el riesgo de ser campo de una batalla que, bien manipulada, convierte a la justicia en enemiga del Ejecutivo o en su brazo ejecutor, según quien sea el beneficiad­o o el perjudicad­o. No es imaginació­n de este cronista: para el independen­tismo catalán es brazo ejecutor; para algún partido de ámbito estatal, es enemiga. Lo dijo Pablo Fernández, portavoz de Podemos: “Es un escándalo que en este país una parte del poder judicial se dedique a hacer política y no a impartir justicia”.

Ahora falta la parte más sugestiva: alegar que no hay pluralismo en la justicia. Pues esa contienda la acaba de inaugurar la dirigente socialista Adriana Lastra con esta teoría: a juez o jueza se llega por oposición; la oposición cuesta tiempo y dinero; por lo tanto, solo está al alcance de los ricos; luego solo los ricos pueden ser jueces. Lastra abrió lo que faltaba en un panorama tan alentador: la lucha de clases judicial.

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JESÚS HELLÍN / EP Pablo Fernández, de Podemos
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