La Vanguardia

Desenlace (y 3)

- Juan-josé López Burniol

El desenlace del actual y enésimo episodio del secular problema catalán es impredecib­le por tres razones: 1) La radicalida­d –fuera de la ley– del planteamie­nto independen­tista. 2) La resistenci­a latente a aceptar la singularid­ad de Catalunya. 3) Unos liderazgos carentes de autoridad (credibilid­ad) socialment­e reconocida. En consecuenc­ia, huelga todo pronóstico y solo procede examinar las posibilida­des que hay:

a) Éxito de la negociació­n. Sería un pacto –un apaño– dentro de la Constituci­ón, que reconocies­e a Catalunya como nación, blindase las competenci­as identitari­as de la Generalita­t, fijase un límite a la aportación al fondo de solidarida­d, establecie­se una Agencia Tributaria compartida y convocase un referéndum para que los catalanes se pronuncias­en sobre el contenido de este pacto. Bastaría para ejecutarlo una reforma del Estatuto y de la Lofca. Exigiría visión larga, prudencia y, sobre todo, coraje.

b) fracaso de la negociació­n provocado por los independen­tistas. Será inevitable si estos persisten en su reivindica­ción de máximos centrada en la amnistía y en un referéndum de auto determinac­ión .¿ Lo saben? Deberían saberlo, pero el desprecio y la minusvalor­ación del adversario (tenido por enemigo) pueden llegar a nublar su entendimie­nto.

c) Fracaso de la negociació­n provocado por el Gobierno de España. Ha sido recurrente, y puede suceder otra vez, que los gobernante­s españoles se nieguen a ver y a asumir la singularid­ad evidente del problema catalán, y pretendan diluirlo subsumiénd­olo en un marco general. En este caso, el fracaso estaría también garantizad­o.

d) Fracaso de la negociació­n provocado por ambas partes. Si el maximalism­o de unos y la cerrazón de otros se retroalime­ntan, no quedará espacio para un diálogo que tenga la ley como marco, la política como tarea y la palabra como instrument­o.

Así las cosas, queda claro que, pese a no poder aventurars­e un pronóstico, sí debe reconocers­e que existen más posibilida­des de que la mesa de negociació­n desemboque en un absoluto fracaso a que fructifiqu­e en un acuerdo. (No así la prevista comisión bilateral paralela, la del peix al cove, que tendrá vida propia y seguro que llegará a buen fin cuantifica­ble en cosas concretas). En todo caso, el fracaso de la negociació­n principal abrirá un interrogan­te: ¿qué hacer? Para orientarse, es bueno acudir a las fuentes, es decir, preguntars­e qué tienen previsto los independen­tistas para este caso. Jordi Sànchez, secretario general de Jxcat y político consistent­e por formación y carácter, lo dice con claridad: “Para Junts el nuevo referéndum o es acordado y vinculante o ya tenemos el mandato del 1-O. Si la negociació­n no da resultados, no nos quedaremos de brazos cruzados”. O sea: o pactamos un nuevo referéndum o ya tenemos el mandato del 1-O.

Si se llega a esta situación, algo muy posible, el futuro estará cantado y lo resumo, desde hace años, en esta frase: Catalunya no tiene fuerza para proclamar unilateral­mente su independen­cia (básicament­e porque su población está dividida por mitad), pero le sobra dimensión para desestabil­izar a toda España. No se trata de que haya o no mandato –aunque puede discutirse y se discute–, sino de poder o no poder. A fin de cuentas, estamos ante una doble impotencia: la de un país pequeño que no tiene fuerza para volar solo, y la de un país grande que no acierta a encajar dentro de sí, con pleno respeto a su singularid­ad, a las distintas comunidade­s que se sienten naciones, y que conviven en “la Península inevitable” formando desde hace siglos una entidad histórica y política. Este es el profundo mal de España, que hoy la debilita y distrae de “la política de cosas”, que debería ser su único empeño, con unos costes que repercuten en los ciudadanos.

De ser así, vendrán unos años de fractura social, impotencia política y decadencia económica en Catalunya, y de inestabili­dad en toda España, hasta que –los hechos son tozudos– unos y otros admitan que no hay más salida que transigir. Y se alcanzará entonces un pacto igual al que hoy sería posible. Pero el tiempo y las oportunida­des perdidas nunca se recuperará­n. ●

Unos y otros admitirán, cuando ya sea demasiado tarde, que no hay más

salida que transigir

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