La Vanguardia

Benditos bastardos

- Mariángel Alcázar

El torero Manuel Díaz, el Cordobés, comparte apodo con

Manuel Benítez, su padre biológico tal como quedó reconocido en una reciente sentencia que demostró, como venía diciendo el primero desde hace décadas, que el segundo había dejado embarazada a su madre. De poco le ha servido la sentencia judicial, más allá de demostrar que su madre, que cuando trabajaba de criada tuvo una relación con el Cordobés mayor, decía la verdad. Manuel Díaz ha desistido de mantener una relación con su padre, toda vez que este sigue negándole. No ha sido el caso de Carlos

Baute, quien, tras años de litigio ha aceptado ser padre, y ejercer como tal, de José Daniel Arellán, fruto de una relación adolescent­e del cantante venezolano. Tampoco ha logrado su propósito Javier Santos, a quien tumban todas las sentencias en las que se reconoce que Julio

Iglesias es su padre. La maquinaria legal del cantante es implacable, le sobra dinero y soberbia. Todos estos casos tienen en común haberse gestado en el despacho del abogado sevillano

Fernando Osuna, especializ­ado en el reconocimi­ento de hijos nacidos, principalm­ente, de padres ricos y/o famosos y madres a las que dejaron tiradas con el fruto de su vientre por mantener.

Osuna ha ganado algunos pleitos y ha perdido muchos pero se ha labrado una buena fama y, gracias a su especialid­ad, algunas muchachas de servicio han visto, al cabo de los años, cómo los descendien­tes legítimos del señorito se han tenido que tragar un hermano y, lo que más les fastidia, han tenido que repartir la herencia. Aunque solo sea por resarcir el sufrimient­o de tantas chicas a las que no solo dejaron embarazada­s, la mayoría gracias al derecho de pernada, si no que, encima, las repudiaron y les colocaron la letra escarlata de pecadoras.

La realeza y sus matrimonio­s de convenienc­ia es un pozo sin fondo de los que, en su día se llamaron hijos bastardos, hijos de relaciones paralelas, sin contar los que llegarían a nacer de los aquí te pillo, aquí te mato de tan testosteró­nicos príncipes y reyes. Ahí está nuestro Juan de Austria, fruto de los amores de

Carlos V con la burguesa alemana Bárbara Blomberg, que acabó siendo el mejor aliado de su hermanastr­o Felipe II. Siglos más tarde, Alberto de Mónaco no tuvo más remedio que admitir que, siendo soltero, había tenido dos hijos, Jasmine

Grace ,y Alexander, a los que mantuvo en secreto y que, ahora, están reconocido­s pero excluidos hasta de la cada vez más vulgar Fiesta de la Rosa.

La última estrella en el firmamento de los hijos reconocido­s es Delfina de Bélgica, nacida en 1968 de la relación extramatri­monial de Alberto de Bélgica con la baronesa Sybilla de Selys

Longchamps. El anterior monarca belga tardó años en reconocer su paternidad y lo hizo obligado por los tribunales, pero, al final la ha integrado en la familia con la aquiescenc­ia de su esposa, Paola, y su hijo, Felipe, el actual rey de los belgas.

Los hijos no reconocido­s de personajes famosos han conseguido recuperar la dignidad

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