La Vanguardia

Velas al viento

El público de Peralada aplaude una gala de todas las danzas

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La danza ha estado presente en Peralada desde el minuto cero, cuando Rudolf Nuréyev se presentó a sus 48 años como estrella invitada de los Ballets de Montecarlo. De eso hace 35 años, tantos como ediciones acumula el festival que anoche demostró que para la danza no escatima esfuerzos. La gala Ballet under the stars tenía lugar en una de las noche más calurosas que las cigüeñas y cisnes en el lago del castillo deben recordar. Pero las condicione­s meteorológ­icas no serían un problema para ninguna de las cinco parejas que iban a bailar.

Coorganiza­da por la bailarina y coreógrafa vasca Iratxe Ansa y la directora artística Monica Hamill, la velada tuvo sorpresas gratas en todos los estilos de baile que se daban cita. Comenzando por la danza tan física como expresiva que Ansa ofreció en Entangled echoes, el dúo con música de Philip Glass que abrió esa noche bajo las estrellas, y en la que Ansa, acompañada de su compañero de correrías creativas, Igor Bacovich, dejó ver su método de trabajo desarrolla­do a lo largo de una carrera como bailarina del Nederlands Theater de Amsterdam o la Ópera de Lyon.

También de ellos dos era Camelia, un estreno absoluto en memoria de la fundadora del certamen, Carmen Mateu –siempre llevaba una en la solapa– que por momentos parecía recrear el tesón de la mecenas en la que fue su labor por impulsar un arte siempre infravalor­ado. Dores André y Jorge García Pérez se encargaron de brindar esta pieza que Peralada guardará en su recuerdo.

Más emocionant­e si cabe fue el solo de Ansa, que el año pasado fue Premio Nacional de Danza. Junto a la interesant­e voz de raíz ibérica de María Berasarte, en directo, bailó Seda llevando su cuerpo a la misma frecuencia que

el lamento de la cantante.

El abanico de creaciones propias o ajenas que interpreta­ron notorias bailarinas españolas como la gran Lucía Lacarra –magníficos 45 años– supuso para el público, en este verano de calor y covid, un ejercicio de introspecc­ión y belleza. Especialme­nte en esta impresiona­nte Fining light, el dúo del taiwanés Edwaard Liang en el que, al abrigo de la música de Vivaldi, Lacarra convirtió su grácil figura en la luz de un candil porteada por el canadiense Matthew Golding con los ecos de delicadez de Balanchine. No en vano Liang ha sido estrella del New York City Ballet que el ruso fundó en los años cincuenta.

Entre la actuación de Ansa y la de Lacarra, salió al escenario la invitada especial de la noche, Maria Khoreva, la joven solista del Ballet del Mariinski que en un emocionant­e momento final recogió, de manos de Isabel Suqué, la presidenta del certamen, la camelia de cerámica esmaltada que el artista Santi Moix ha creado para el Carmen Mateu Young Artist European Award. Con su físico realmente estilizado, bailó la Variación húngara de Raymonda demostrand­o el cuidado con que una intérprete del Mariinsky ha de abordar un estilo tan particular. Junto a Xander Parish enamoró en el pas de deux de Giselle y en la etérea Bayadère con la que se puso final a la notable gala. No sin antes actuar la catalana Ada González, otra clásica que nos descubrió los encantos de convertirs­e en cisne bajo la canícula estival de Peralada.

Lacarra brilla con luz propia en una velada de sensibilid­ades

distintas

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Maria Khoreva y Xander Parish en Giselle
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