La pandemia agudiza la ruptura generacional
La covid amplía una fractura que se inició con la crisis del 2008
“La juventud de hoy ama el lujo, es maleducada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismea mientras debería trabajar”. Estas palabras se atribuyen a Sócrates en el siglo V a.c.
Tan lejos, tan cerca.
El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) ha hecho público en julio cómo tras la covid, tanto entre los jóvenes como entre los adultos, el aumento en la distancia entre generaciones será una de sus principales consecuencias. La tercera en el ranking después de las menores oportunidades laborales y el hecho de que habrá efectos psicológicos.
Percepción que, a medida que se es más adulto, crece más. El punto de inflexión solo llega sobre los 60 años.
Y es que hoy, en el 2021, mientras los jóvenes hacen responsables a las generaciones anteriores de la falta de oportunidades y la precarización, los mayores les apuntan a ellos con las últimas olas de la covid. Y en medio quedan la crisis del sistema de pensiones. Y la demográfica. Y más.
Pero no solo eso. “La novedad es que en el momento actual la brecha”, la distancia entre los jóvenes y adultos, que ha existido en otros muchos momentos históricos y de las más diversas formas, “corre el riesgo de convertirse en ruptura”, incide Carles Feixa, catedrático de Antropología Social en la Universitat Pompeu Fabra. Porque “la inequidad generacional ha crecido hasta niveles alarmantes”.
Se intuye, por ejemplo, al preguntarse en medio de la pandemia: “¿Los jóvenes han actuado de forma más irresponsable que las personas de otras edades?”.
La respuesta, según el propio CIS: el no es rotundo de 18 a 24 años, según su informe sobre la juventud y la pandemia; al contrario para los mayores de 65; vence el sí entre los adultos hasta los 45 años; hay división desde esa edad hasta los 65.
Inmaculada Sánchez-queija, profesora de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Sevilla, lo define así: “Tras la covid ocurre lo que siempre ha ocurrido, que se demoniza a un grupo poblacional, a las personas jóvenes, que son efectivamente quienes en este momento transmiten el contagio. Aunque es el único grupo no vacunado, y las vacunas funcionan”.
“Parece que de lo que se trata es de buscar culpables, cuando no es eso. De lo que se trata es de ser responsable tengas 18, 30, 55, 70 años”, dice Eunate Uribe, estudiante universitaria de 19 años de Berango (Bizkaia). Y agrega Uribe: “Con la pandemia la incomprensión entre generaciones ha ido a más”.
“No solo pienso que hay incomprensión hacia los jóvenes, sino que el problema va más lejos. Hay una manipulación a nivel informativo enorme, en la televisión siempre salimos discutiendo y echándonos la culpa los unos a los otros”, denuncia Aníbal Buigues, trabajador forestal de 21 años de València.
Sus palabras se refieren al repunte de los casos de covid entre las personas jóvenes. Y también a las polémicas por las aglomeraciones los fines de semana, los botellones, los disturbios... Sin embargo, señala Feixa, el problema se respalda en datos que son sobre todo económicos.
Hay un desempleo abultado desde hace más de una década. Hoy es del 15,3% del total de la población activa, según el último dato del INE. Del 38,4% para los menores de 25 cuando, desde el 2008, siempre ha estado por encima del 30%. A los jóvenes que trabajan, además, les acompaña la precariedad laboral: los contratos temporales no han dejado de aumentar desde la crisis del 2008, y si entonces eran poco menos del 50%, hoy son casi el 60%. Y los parciales involuntarios ven unas cifras similares. Y en los salarios se mantiene o crece la brecha entre la generación alrededor de los 20 años con el resto desde inicios del siglo XXI, hace ya dos décadas.
“Por ser jóvenes no significa que tengamos que aceptar condiciones lamentables. Por lo que rechazar algunas de esas propuestas no nos convierte en vagos, simplemente cada vez somos más conscientes de nuestra valía y de nuestros derechos. Y nos protegemos de la explotación que nos intentan imponer como normal”, asevera Paula de la Morena, estudiante de 18 años de Colmenar Viejo (Madrid).
Otro dato que resume su situación: España tiene de las mayores tasas de jóvenes que ni estudian ni trabajan (ninis, en el argot habitual) de Europa en una edad clave, entre los 20 y 24 años. Cifra que ha crecido de forma constante desde el 2008 hasta estabilizarse poco antes de la pandemia, pero que hoy es mayor que la que ve Grecia, que fue la gran afectada durante la Gran Recesión, y que solo es superada por Italia.
Este drama intergeneracional lo expresa así Juan Carretero, universitario sevillano de Derecho, Finanzas y Contabilidad de veinte años: “Las empresas no están confiando en los jóvenes para hacer el relevo generacional con el que se pueda seguir manteniendo el sistema de pensiones. Te piden experiencia, pero no te dan una oportunidad para adquirirla. Es incongruente”.
“La fractura se empezó a fraguar en la etapa de mayor crecimiento económico y neoliberalismo, entre 1992 y 2007, y explotó en la crisis del 2008. La covid lo único que ha hecho es visibilizarla con la particularidad de que se culpa a las víctimas y no a los victimarios. Se culpa al joven supues
“La epidemia visibiliza la ruptura culpando a las víctimas”, dice el antropólogo social Carles Feixa
tamente irresponsable que se divierte, por ejemplo, pero no a las autoridades políticas y sanitarias que abren la veda y deciden vacunarles los últimos. Ello tiene efectos en lo político (los jóvenes no tienen voz en la toma de decisiones), en lo social (con el mal reparto del gasto social) y en lo cultural (por el sentimiento de abandono y estigma). Es lo que llamo un juvenicidio moral”, sigue Feixa. ¿Germina una guerra generacional?
Los más jóvenes se ven imposibilitados de acceder a un trabajo y, aunque se tenga, se hace en precario. Les es difícil acceder a una vivienda mientras la de los abuelos es de propiedad. Han tenido que dar las clases por Zoom cuando sus predecesores no. Ven cómo el gasto en pensiones se blinda alrededor de la subida del IPC y se debe financiar los ERTE mientras sus sueldos y trabajos –cuando los hay– están estancados y se quedan atrás desde hace años. Se sienten estigmatizados en el repunte de la covid.
El sociólogo Mariano Urraco, de la Universidad a Distancia de Madrid, por todo ello, la ha tildado de “generación descreída”. Sánchez-queija señala que “ni descreídos, ni con menos moral que los anteriores ni que los posteriores, posiblemente. Como mucho serían jóvenes adaptados a su entorno. No tienen la expectativa de esforzarse y que ese esfuerzo suponga un buen futuro, es así. Así que se adaptan y esperan a ver qué ocurre”.
Una juventud que ha cambiado su perfil. Ahora es menos numerosa que lo que eran las generaciones anteriores y en conjunto ha llevado a transformaciones sociales importantes en los países industrializados como España, lo que “provocó ya en el año 2000 que se conceptualizara una nueva etapa en el ciclo vital que se denominó adultez emergente, fruto de un atraso en la adquisición de roles adultos”, explica Sánchezqueija.
Por ahora los jóvenes que rondan la mayoría de edad y aquellos nacidos al final del siglo XX, a los que les rozaron las consecuencias de la Gran Recesión del 2008 y a los que vuelve a golpear la de la covid, pronto superarán en número a los más mayores en edad para votar. El cambio en los países del G-7 se prevé para el cercano 2030, según las Naciones Unidas.
“Si tenemos que ser la generación que evite que la Tierra se vuelva inhabitable en un futuro cercano, agradeceríamos ser escuchados”, lanza Anna Sallés, universitaria de 21 años, desde Barcelona. ●
Los jóvenes no tienen la expectativa de que esforzarse les ayude a tener un futuro mejor