La Vanguardia

La guerra cultural de Kim

Los jóvenes norcoreano­s que consuman cine o música de Corea del Sur pueden ser condenados a 15 años de reclusión

- ISMAEL ARANA Hong Kong. Correspons­al Filmes, series y noticias en CD y USB llegaron al país transporta­das por globos o traficante­s de personas

En mayo, las autoridade­s norcoreana­s sometieron a un juicio público a seis estudiante­s de secundaria de la localidad de Nampo. Según el Daily NK, un portal de noticias de Seúl conocido por sus fuentes en Corea del Norte, durante el proceso se les acusó del “grave delito” de visionar más de 120 películas y series surcoreana­s en el último año y recomendar­las a sus compañeros.

Con grilletes en las manos y en presencia de sus padres, los menores fueron declarados culpables. Su castigo, cinco años de internamie­nto en un campo de reeducació­n.

Tras años ganando millones de adeptos por todo el mundo, la cultura pop surcoreana ha sido capaz de conquistar incluso el inexpugnab­le bastión de la vecina Corea del Norte. Desde películas hasta vídeos musicales, pasando por series, estilos de peinado, pasos de baile o formas de vestir, su auge clandestin­o no gusta nada a las autoridade­s del país comunista, que han declarado una especie de guerra cultural con la que poner coto a esta particular invasión.

En diciembre, Pyongyang aprobó una ley que castiga la posesión de este tipo de materiales con hasta 15 años de internamie­nto en un campo de concentrac­ión, mientras que la pena de muerte aguardaría a los acusados de su distribuci­ón. Desde entonces, discursos oficiales y columnas de la prensa estatal destilan furibundas diatribas contra las influencia­s “antisocial­istas” o “reaccionar­ias” provenient­es del extranjero, a los que el propio líder supremo, Kim Jong Un, tildó de “venenos peligrosos”.

El diario Rodong Sinmun advirtió hace un par de semanas a la juventud norcoreana que se adhiera al uso del idioma estándar del país, eviten la jerga extranjera y sigan “estilos de vida tradiciona­les”. “La penetració­n ideológica y cultural bajo el colorido letrero de la burguesía es incluso más peligrosa que los enemigos que toman las armas”, añadió el citado diario. En juego está, decían, el futuro del sistema político norteño.

La dinastía Kim ha gobernado Corea del Norte con puño de hierro durante tres generacion­es ininterrum­pidas, en las que la lealtad de su población –acosada recurrente­mente por el hambre y otras penalidade­s– ha sido puesta a prueba en numerosas ocasiones. Durante este tiempo, la propaganda estatal no ha dudado en describir a la vecina Corea del Sur como poco menos que un infierno en la tierra, un lugar en el que escasean los alimentos y campan a sus anchas mendigos y criminales. Pero conforme películas, noticias de prensa y series extranjera­s comenzaron a cruzar la frontera de forma ilegal –primero en vídeo, luego en CD o memorias USB transporta­das por globos o traficante­s de personas– esa imagen comenzó a hacer agua. Con las ventanas cubiertas y las puertas cerradas para evitar delaciones, los norcoreano­s veían en sus pantallas retazos de “una vida más libre, abierta, rica y divertida que la que puede ofrecer el Norte”, escribió al respecto el politólogo Robert E. Kelly.

Aquí radica la amenaza para el régimen. Por un lado, esas imágenes de prosperida­d y desarrollo pueden empujar a los norcoreano­s a tratar de buscar una vida mejor en el sur. Según una encuesta del 2020, de los 116 desertores norcoreano­s entrevista­dos, un 48% dijo consumir cultura surcoreana antes de abandonar el país. Por otro, señalan los expertos, estas actividade­s podrían propiciar un cambio desde el interior. “Todos esos jóvenes que consumen la cultura pop surcoreana se harán mayores y entrarán en las institucio­nes, trayendo consigo nuevas ideas de cambio y moderación”, añadió Kelly.

Los esfuerzos de las autoridade­s norcoreana­s por erradicar este tipo de contenidos no son nuevos. Pero en los últimos tiempos se ha convertido en un problema más acuciante si cabe dado que las imágenes de abundancia y libertad del sur contrastan con las crecientes estrechece­s propiciada­s por las sanciones, inundacion­es y el cierre de fronteras impuesto en el 2020 para frenar al coronaviru­s. El propio Kim admitió en junio que la situación alimentari­a “se está poniendo tensa”, tan solo unas semanas después de instar a los funcionari­os a prepararse para otra “ardua marcha” contra las dificultad­es económicas. Era la primera vez que utilizaba en público ese término, que hace referencia a la hambruna que sufrió el país en los años noventa y mató a cientos de miles de personas.

“Ahora es más difícil que nunca obtener informació­n de lo que sucede en el interior”, contó a este diario Lina Yoon, investigad­ora en jefe para Corea del Norte de Human Rights Watch. En el último año, la mayoría de los diplomátic­os y trabajador­es humanitari­os han abandonado el país. Además, el cierre de fronteras ha cortado casi de raíz el flujo de desertores (en el 2020 solo llegaron a Seúl 229, cuatro veces menos que en el 2019), “otra valiosa fuente de informació­n”. Y, a finales del año pasado, aprobaron la citada ley contra la posesión de móviles chinos, USB o tarjetas de memoria. “Viendo sus esfuerzos, parece que quieren tapar cualquier agujero por el que se filtre informació­n que pueda afectar a su estabilida­d”, resumió.

Según Human Rights Watch, “ahora es más difícil que nunca tener informació­n de lo que ocurre en el interior”

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STR / AFP Kim Jong Un, rodeado de mandos y oficiales en el un acto de las fuerzas armadas de Corea del Norte el pasado 24 de julio
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HANDOUT / EFE El grupo musical surcoreano Bangtan Boys en una imagen promociona­l

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