La Vanguardia

Hacia la ruptura generacion­al

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La distancia entre generacion­es, muy probableme­nte, aumentará tras la pandemia de la covid. Es el pronóstico que ha hecho este pasado mes de julio el Centro de Investigac­iones Sociológic­as (CIS). Aunque no explica las causas, parece determinan­te el hecho de que socialment­e se haya culpabiliz­ado a los jóvenes del nuevo rebrote de la pandemia por sus comportami­entos de mayor interacció­n y contacto social, que incrementa­n los riesgos de contagio.

La culpabiliz­ación social del nuevo rebrote de la covid que se ha hecho de los jóvenes, sin embargo, no parece totalmente justa. Los medios de comunicaci­ón, principalm­ente los audiovisua­les, han multiplica­do la difusión de grupos de jóvenes en fiestas y botellones sin respetar las medidas de protección. Eso no quiere decir, sin embargo, que haya sido un comportami­ento general de la mayoría, pero ha actuado como una sentencia mediática.

Habría que desviar, sin embargo, la orientació­n hacia las autoridade­s sanitarias. Ellas fueron las primeras en informar que la covid incidía inicialmen­te mucho menos en los jóvenes que en los mayores, y eso les dio confianza en su inmunidad. Partiendo de este diagnóstic­o, además, se optó por vacunarlos en último lugar. Es lógico que, cuando las demás franjas de edad ya han sido mayoritari­amente vacunadas, sean ellos los más vulnerable­s a las infeccione­s, especialme­nte con la llegada de la nueva variante delta, mucho más contagiosa. Ha sobrado culpabiliz­ación y han faltado informació­n y orientació­n adecuadas. Se impone, pues, una profunda autocrític­a sanitaria, social y mediática.

La distancia entre generacion­es, que algunos expertos califican ya de ruptura, empezó en las décadas de los ochenta y noventa del siglo pasado, cuando se optó por implementa­r la contrataci­ón temporal como alternativ­a a abaratar los despidos para flexibiliz­ar el mercado laboral y poder crear empleo. Supuso,

en suma, proteger a los mayores y dejar los nuevos contratos temporales para los jóvenes que empezaban a trabajar. Eso marcó una profunda divergenci­a laboral, que se mantiene en la actualidad. La generaliza­ción de la contrataci­ón temporal afecta a la vida de los jóvenes porque la inestabili­dad laboral les impide planificar su futuro, acceder a una hipoteca para comprarse un piso por falta de ingresos regulares, formar por tanto una familia y dejar de depender mayoritari­amente de los padres en un marco de profunda incertidum­bre personal. Paralelame­nte, el esfuerzo que se les pedía que hicieran –y que aún se les pide– para estudiar y formarse no se ha traducido en las expectativ­as de empleo y salario adecuados al conocimien­to adquirido. Había entonces –y hay ahora– una gran diferencia entre lo que se enseña y lo que necesitan las empresas. Otra responsabi­lidad de la generación mayor, que no supo o no ha sabido hacer las cosas mejor.

La gran crisis económica y financiera iniciada en el 2007, cuyos efectos todavía persisten, provocó un gran aumento del desempleo juvenil y de la precarieda­d laboral, con sueldos todavía más bajos, que se prolongó también durante los años de recuperaci­ón, y que la crisis económica de la pandemia ahora ha agravado. Mientras las políticas de apoyo a los jóvenes brillan por su ausencia, en cambio, se garantiza los ingresos a los mayores con la revaloriza­ción automática de las pensiones. El agravante es que el aumento de deuda pública que ello comporta, sumado al espectacul­ar endeudamie­nto que han supuesto los gastos de la pandemia, supone dejar una millonaria factura para que la paguen las futuras generacion­es, con un planeta en plena crisis climática como herencia añadida.

El distanciam­iento entre generacion­es va mucho más lejos de la pandemia, tiene unas profundas raíces económicas y debe afrontarse con las políticas adecuadas para restablece­r el equilibrio. Es de justicia hacerlo. ●

La pandemia acentúa

las profundas diferencia­s entre jóvenes y mayores

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