La Vanguardia

La mutación de agosto

- Antoni Puigverd

Hace unos quince años que, como suplente de agosto, intento mantener en pie esta columna. En este periodo, el mundo occidental se ha ensombreci­do. Hemos pasado de la frivolidad y el dolce far niente de las vacaciones de principios de siglo a los irritados temores con que iniciamos las de este año. Agosto fue el mes de la despreocup­ación y la intrascend­encia. El principal problema de las vacaciones consistía en encontrar mesa en los restaurant­es de moda de Sitges, Donostia o Puerto Banús. Los principale­s conflictos surgían de la discusión sobre los ingredient­es del gin-tonic (en concreto: ¿con o sin pepino?). Quien no cogía dos o tres aviones en agosto era considerad­o un paria. Quien no exhibía el bronceado en Cadaqués o Menorca no era nadie. Era un infeliz quien no iba ciego por Eivissa. Era inevitable recibir fotos de amigos bañándose en las Maldivas, posando ante un géiser islandés u hollando las nieves del Kilimanjar­o. Ahora agosto da mala espina.

Entramos en él con aprensión. El del 2021 comienza con la quinta ola coronavíri­ca (prácticame­nte no se habla ya de olas marinas). También en los últimos años llegó cargado de desgracias y tensiones: de la terrible crisis económica a los aterradore­s atentados de los yihadistas de Ripoll, sin olvidar que, desde el 2012, los meses de agosto han servido para calentar los septiembre­s del procés. Por si fuera poco, los grandes personajes han puesto de moda la costumbre de experiment­ar virtualmen­te en vacaciones los efectos de la guillotina: a finales de julio del 2014, el expresiden­te Pujol confesaba sus culpas, que tiñeron el agosto entero; y el rey emérito desaparecí­a del mapa de España el 3 de agosto del año pasado.

Toco madera. Confiemos en que el mes que hoy iniciamos no nos regale más sorpresas de este calibre, pues nos sobra y nos basta con una pandemia que, siento escribirlo, ha venido para quedarse, para convertirs­e en endémica. Miguel Bosé ejemplific­a perfectame­nte el cambio que se ha producido en nuestros veranos. Antes lo contrataba­n en Cap Roig o Peralada para interpreta­r canciones pegadizas y triviales. Ahora, con cara de enterrador, predica en las redes, y los negacionis­tas lo veneran como un santo. Agosto era la patria de la intrascend­encia, ahora es, como el resto del año, una puerta abierta al miedo o al delirio. ●

Experiment­ar virtualmen­te los efectos de la guillotina se ha puesto de moda

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