La Vanguardia

Ernest Lluch bajo tierra

- Sergi Pàmies

Tras 13 años de espera y una inversión de 17,8 millones de euros, se ha inaugurado la parada de metro Ernest Lluch, en la línea 5 (la azul). Lluch es una referencia habitual en los nomencláto­res metropolit­anos: jardines, calles y plazas que no lo homenajear­ían si, el 21 de noviembre del 2000, el etarra José Ignacio Krutxaga no le hubiera pegado dos tiros en la cabeza. Lluch vivía cerca de donde está la parada, en la avenida Xile, y el individuo que lo asesinó en nombre de la libertad del pueblo vasco lo esperó en el parking. Si Krutxaga le hubiera dejado hablar, Lluch quizá le habría hecho dudar y habrían discutido sobre las formas de defender las ideas y habrían acabado descubrien­do puntos en común sobre fútbol, música o gastronomí­a.

En el vestíbulo de la estación, un guarda de seguridad y la limpieza propia de los monumentos recién estrenados, con bancos impolutos y teléfonos SOS impecablem­ente iluminados. La parada tiene una carga simbólica que conecta con la biografía de Lluch: fronteriza (entre l’hospitalet y Barcelona), con calles como la de Josep Sunyol o la avenida Manuel Azaña y una voluntad de comunicaci­ón con el Tram y varias líneas de autobús. Lo único que chirría es el letrero del andén: “Como medida de prevención eviten hablar en el transporte público”. Lluch hablaba mucho. Tanto que a veces podía parecer pesado o, como dicen ahora, intenso. Se expresaba con una energía torrencial y, de vez en cuando, desconecta­ba y se perdía en silencios que le conferían un aire de sabio despistado, a punto de parir un argumento para rebatir a sus interlocut­ores o, mejor aún, para cuestionar­se a sí mismo.

Fuera de la estación, una gasolinera y el cementerio de Sants. Un letrero recomienda a los visitantes que mantengan la distancia de seguridad. Los inquilinos de las tumbas las mantienen, rodeados de cipreses que dignifican un paisaje de dimensione­s perfectas. Hay más verdad en los apellidos de las lápidas y los nichos de este cementerio que en todas las discusione­s sobre la esencia y la identidad del país. En uno de los bares de la zona, regentado por dos mujeres, un cliente pide un chupito de Cutty Sark. Son las diez de la mañana. Hoy, dicen, el calor volverá a apretar. ●

La parada tiene una carga simbólica

que conecta con la biografía de Lluch

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