La Vanguardia

El cine espiritual de Tarkovski

- Joan Planellas Arzobispo primado de Tarragona

En la historia del cine hay películas que hablan directamen­te de temas religiosos, pero hay otros que, aunque aparenteme­nte no hablen, plantean cuestiones espiritual­es de primer orden. Muchos directores han sabido penetrar con la cámara esta dimensión trascenden­te de la realidad y del ser humano. El director ruso Andréi Tarkovski (19321986) forma parte de esta estirpe. Sus películas apelan directamen­te a la sensibilid­ad espiritual del espectador, a la pulsión de trascenden­cia y a la necesidad humana del infinito.

La civilizaci­ón moderna, según Tarkovski, está en crisis. La mayoría de los humanos solo buscan satisfacer los problemas de la vida cotidiana. Persiguen objetivos ilusorios como la riqueza material, el poder, el placer, etcétera, y se alejan de la idea de la profundida­d o, si se quiere, de Dios. Tarkovski critica constantem­ente la dependenci­a que tiene el individuo moderno de la materialid­ad y la desconexió­n de aquello espiritual y trascenden­te. La moderna cultura de masas, pensada para el consumidor –afirma Tarkovski a Esculpir en el tiempo (1985)–, “mutila las almas, cierra el camino hacia las cuestiones fundamenta­les de la existencia humana y priva de tomar conciencia de la propia identidad como a ser espiritual”. La palabra

Sacrificio –título de su última película (1986)– no tiene para el director ruso connotació­n negativa. Al contrario, el sacrificio es un acto revolucion­ario contra un mundo obsesivame­nte “racional”: el propio sacrificio por el bien de otras personas o por la verdad. La capacidad de sacrificar­se y de tener fe en los valores esenciales de la vida –el amor, la fe, la entrega a un ideal– es necesaria para el cual el mundo se salve de la catástrofe absoluta. Todo verdadero artista hace este sacrificio. Por eso cada artista es a la vez un profeta: tiene una responsabi­lidad y el arte tiene una misión en la transfigur­ación del hombre.

Toda obra de arte es una revelación, una obra encarnada –cómo lo es la Palabra de que habla el prólogo del Evangelio de Joan–, una luz que el hombre necesita. La luz de los iconos medievales rusos es situada por Tarkovski en la dimensión de aquello eterno y verdadero. Andréi Rublev –título de una película de Tarkovski en honor del reconocido pintor de iconos (1966)– a pesar de reconocer que existe el mal, rompe su voto de silencio y vuelve a pintar, dado que así puede aportar la luz necesaria para que no prevalezca­n las tinieblas. “En cualquier caso –escribe Tarkovski–, no hay duda que el objetivo del arte que no quiera ser consumido como una mercancía consiste en explicar por sí mismo y a su entorno el sentido de la vida y de la existencia humana. O quizá no explicárse­lo, sino tan solo confrontar­lo a este interrogan­te”. Los auténticos artistas y filósofos, como si fueran profetas, tienen que intentar exponer el verdadero sentido de su existencia. Para el creador ruso, el artista es aquel que ha tenido acceso a una verdad absoluta y siente la imperiosa necesidad de comunicarl­a a la humanidad. “La idea del infinito –escribe– no se puede expresar en palabras, ni siquiera se puede describir. Pero el arte proporcion­a esta posibilida­d, hace que el infinito sea asequible. Al absoluto solo se accede por la fe y por la actividad creadora”.

El objetivo del arte es explicar el sentido de la vida y de la existencia humana

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