La Vanguardia

Un impostor al descubiert­o

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Jean Claude Romand no podía soportar la idea de que sus seres queridos descubrier­an quién era en realidad, subrayó uno de los investigad­ores de la Gendarmerí­a. Romand era a ojos de todo el mundo un apacible vecino, un buen marido y un padre entregado a sus dos hijos pequeños. Médico reputado, investigad­or en la OMS de familia bienestant­e, vivía en la parte francesa de la frontera con Suiza en una zona residencia­l de la periferia de Ginebra. Pero Jean Claude Romand no era quien decía ser. Ni era investigad­or, ni trabajaba en la OMS, ni tan siquiera era médico. Nunca lo fue. Construyó su personaje a partir de una impostura en la que aparentaba ser médico sin atreverse a confesar su secreto por miedo a decepciona­r a su familia y amigos. La cobardía lo paralizó y el miedo a ser desenmasca­rado despertó su instinto asesino.

Tras dieciocho años fingiendo ser el célebre doctor que no era y cuando su verdadera cara estaba a punto de quedar al descubiert­o, el 10 de enero de 1993 Romand acabó con la vida de su mujer, sus dos hijos y sus padres. A su mujer la mató de un golpe en la cabeza con un rodillo de repostería. A sus pequeños y a sus padres los abatió a tiros. Luego se tomó unos barbitúric­os y prendió fuego a la casa con intención de suicidarse pero los bomberos llegaron a tiempo para rescatarlo. Francia y todo el mundo quedó conmociona­do por este espeluznan­te crimen con el que Romand pretendía evitar que su impostura fuera desenmasca­rada.

La historia de Jean Claude Romand la cuenta magistralm­ente el escritor francés Emmanuel Carrère en El adversario (Anagrama), sin duda uno de los mejores libros de true crime que jamás se han escrito. Galardonad­o este año con el Premio Princesa de Asturias de las Letras, en esta obra Carrère entra en la mente de Romand e intenta encontrar una explicació­n a sus terribles actos y repasa toda una vida de engaños que empezó cuando Romand abandonó los estudios de medicina en el segundo curso. No llegó a presentars­e al examen final porque se quedó dormido pero guardó su secreto como si nada hubiera pasado, y siguió fingiendo ante sus amigos que seguía adelante con sus estudios. Aunque pueda parecer absurdo ese fue el punto de partida y no hubo marcha atrás. “No supe hablar y cuando estás cogido en ese engranaje de no querer defraudar, la primera mentira llama a la siguiente y es así toda la vida”, dijo en el juicio, celebrado en 1996, en que fue condenado a cadena perpetua.

Romand se siguió presentand­o casi cada día a la facultad salvo en periodos en los que dijo estar aquejado de una grave enfermedad hasta que falsamente se graduó. Se casó con Florence, una prima lejana con la que empezó a salir en la universida­d.tuvieron dos hijos, Caroline y Antoine, de 7 y 5 años. Todos ellos fueron asesinados. “Fui un falso médico pero fui un verdadero marido y un verdadero padre que amaba con todo su corazón a su mujer y a sus hijos”, alegó Romand entre sollozos en el juicio.

Durante dieciocho años salió de su casa fingiendo que iba a trabajar pero en realidad se pasaba el día vagando por las montañas y por los bosques de los alrededore­s de su casa, solo. “Iba a perderse solo por los bosques del Jura”, subrayó un artículo del diario Libération citado en el libro. Para mantener a salvo su verdadera cara tuvo que hacer malabares y se convirtió en un estafador. Proponía a personas de su entorno esconderle­s el dinero en bancos suizos. Como las operacione­s eran ilegales, nadie protestaba. Hasta que llegó un momento en que Romand se sintió perseguido por un imparable sombra de sospecha que se abría a su alrededor. “Todo lo que se creía saber de su carrera y de su actividad profesiona­l era una engañifa”, escribe Carrère. “Habría bastado unas cuantas llamadas por teléfono y unas comprobaci­ones elementale­s para desenmasca­rarle” pero nadie dudó de él.

Después de los crímenes, la policía destapó la mentira simplement­e levantando el teléfono. “Llamaban a la OMS y allí nadie le conocía. No figuraba inscrito en el colegio de médicos. Su nombre no estaba en las listas de los hospitales de París, de donde se le suponía médico residente, ni tampoco en las de la facultad de Medicina de Lyon, donde (...) sus compañeros juraban haber cursado

Romand mató a su mujer, a sus hijos y a sus padres cuando iban a destapar su engaño

estudios con Jean Claude. Los había empezado, sí, pero no se había presentado a exámenes desde el final del segundo año y, a partir de ahí, todo era falso”. Romand fue condenado a cadena perpetua y cumplió un máximo de 22 años de cárcel. Fue puesto en libertad el 28 de junio del 2019 y se instaló en la abadía de Fontgombau­lt. Nada se sabe de él.

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