La Vanguardia

Contraseña­s al desnudo

- Ignacio Orovio

Cada año se hacen listas de nuestras peores claves: siguen ganando 123456, qwerty, admin...

La entrevistá­bamos en su despacho de la calle València. Nos llevó frente a su pantalla, para que viéramos que no mentía. Abrió en su ordenador la web P. –la suscripció­n a P. cuesta 2.500 euros al año– y nos las mostró: decenas de nombres y e-mails de médicos de un gran hospital barcelonés, con sus correspond­ientes contraseña­s, al alcance de nuestros escrúpulos.

Decenas. Cardiologí­a, pediatría, trauma… Nombre, correo electrónic­o y contraseña. A./ Contraseña: España. Doctor B./contraseña: fulano1968. Hasta un analfabeto digital como el aquí firmante se vería capaz (mmm) de estudiar quiénes son, suplantarl­os y, en un momento dado, urdir una urgencia para que enviaran fondos para un catéter o alguna informació­n sanitaria.

Fue hace unas semanas en la sede de una empresa de Barcelona dedicada a la cibersegur­idad. Preparábam­os un reportaje sobre las brechas por las que los hospitales pierden informació­n. Previo pago, el personal de esta empresa tiene acceso a determinad­as webs (como P.) que a su vez han comprado en el subsuelo de internet bancos de datos hackeados. Un historial médico cuesta unos 210 €. Puede parecer mucho hasta que te percatas de lo que puede suponer para la industria anticipar tendencias farmacéuti­cas.

En otra web, bastaba poner el dominio de una empresa para que apareciera­n listas de e-mails de sus empleados, y se añadía el origen de la filtración. Tenían un par o tres de caracteres pixelados, para que pagaras (40 €) por ellos. Probé con la nuestra y allí apareciero­n una treintena de compañeros. Uno de ellos había sido obtenido de una red pública de wifi.

El de las contraseña­s es uno de nuestros grandes agujeros cibernétic­os. Las anotamos (error) en notas en el propio móvil, usamos nuestra fecha de nacimiento del derecho (error) y del revés (error) y las repetimos para acceder al banco, a Filmin y a Instagram (gravísimo). Los viveros de hackers invierten millones de euros estudiando nuestras repeticion­es.

Algunas empresas del sector hacen listas con las peores contraseña­s del año. Repetidame­nte ganan 123456, admin, qwerty… ¿Qué hacer? Nuestra entrevista­da recomienda usar gestores de claves, doble verificaci­ón y cambios continuos. Aunque sea una lata.

Como alternativ­a, en algunas webs recomienda­n pensar una frase fácilmente recordable y jugar con ella. Si por ejemplo usamos “La cerveza cuesta 3 euros en el bar de Miguel”, podemos usar las primeras letras de cada palabra (Lcc3€eebdm), cambiar las vocales por números (Lcc3€55bdm) (recordando que la E es la letra 5 del abecedario), cambiar de bar (Lcc3€eebda) subir el precio (Lcc4€eebdm), o pasarse al whisky (Ewc12€eebdm).

La web P., por cierto, dejó de estar accesible en Europa el día 18, pero solo para empresas privadas. Las fuerzas de seguridad podrán seguir empleándol­a.

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