La Vanguardia

Las dos Españas

Recorrido por las nuevas salas que el Museo Reina Sofía dedica al exilio y la autarquía

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Ha terminado la guerra. Y unas imágenes de la película El éxodo de un pueblo (1939) de Louis Llech y Louis Isambert, que muestran la salida de los exiliados, da una escalofria­nte bienvenida a los visitantes. Solo hay dos caminos. Por un lado, el propio exilio. Por el otro, la autarquía. Estas dos realidades que marcaron la España de la posguerra centran las dieciséis salas que el Museo Reina Sofía ha puesto en marcha esta semana. Se trata del llamado capítulo tres de la reordenaci­ón expositiva que lleva a cabo la institució­n.

Manuel Borja-villel, director del museo, y Rosario Peiró, jefa de coleccione­s, se pasean por el nuevo espacio. Más de 300 obras. Algunas, nuevas adquisicio­nes. Pinturas, fotografía­s, arquitectu­ra, películas, documentos bibliográf­icos… Más de cien artistas, unos, en el exilio, los otros, en España.

Nada más cruzar el umbral de la autarquía, Borja-villel se para ante un imponente retrato del falangista Ramiro de Ledesma que pintó Pancho Cossío en 1945. “Existe una voluntad de reflejar el nuevo régimen”. Victorioso, poderoso. Y de glorificar a sus protagonis­tas, “como si no fueran terrenales”. La arquitectu­ra fascista viene marcada con edificios como la Casa Sindical de Madrid, actual Ministerio de Sanidad, de Francisco de Asís Cabrero. Después llegará la nueva vivienda social, cuyo gran exponente fue el barrio proyectado en Barcelona a raíz del Congreso Eucarístic­o de 1952.

En paralelo, artistas que se quedaron retrataron también la España derrotada, rota, hambrienta, temerosa. Sentimient­os que destilan pinturas como La costurera (1943) de José Gutiérrez Solana o Muñecos (1941) de Godofredo Ortega Muñoz. “Representa­n el mundo cerrado, el silencio de la gente”, explica

Borja-villel. Junto a esta realidad se encuentra otra, “la idealizaci­ón del mundo rural”, presente en obras de Guinovart como El trigo (1948). Y el retorno de grandes figuras como Dalí, eje de una vanguardia frívola. Ante Idilio atómico y uránico meláncolic­o (1945) del ampurdanés, Borja-villel argumenta que estos creadores “se refugian en la magia, el humor, lugares donde el régimen dejaba cierta apertura”. Completan el recorrido la Escuela de Altamira o Dau al Set, cuyo gran referente era Miró.

En el otro extremo, el exilio. “España vivía aislada, mientras que los exiliados estaban conectados al mundo”, contextual­iza Peiró. “Hemos estado diez años trabajando para encontrar material y patrimonia­lizar el exilio”, prosigue. El cuadro de Picasso Monumento a los españoles muertos por Francia, preside el espacio; en realidad, “un antihomena­je”.

“España vivía aislada, mientras que los exiliados estaban conectados al mundo”, explica Rosario Peiró

La jefa de coleccione­s se detiene ante otras obras, como Los vasos comunicant­es de Diego Rivera, que expresa “la relación entre el viejo y el nuevo continente, cómo las ideas viajan y se nutren entre ellas”. O ante Cabeza de indio de Eugenio Granell, un ejemplo de “protoindig­enismo, exiliados que se identifica­n con otros expulsados de su tierra”. O ante una figura, el psiquiatra Francesc Tosquelles. “Muchos artistas se refugiaron en su sanatorio, como Paul Éluard y Tristan Tzara”. Cierra el recorrido otra imagen brutal extraída de ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú de Kubrick: el estallido de una bomba atómica que anuncia lo que vendrá después. Y eso lo explicarán los próximos capítulos que el Reina Sofía presentará a partir de otoño.

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La serie fotográfic­a Los artífices de la victoria de Ángel Jalón

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