La Vanguardia

“Mi sueño es una fundación Savall como la Tàpies”

Jordi Savall, violagambi­sta y director de orquesta, cumple 80 años

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Jordi Savall, esa fuerza viva del renacimien­to de la música antigua, investigad­or y divulgador de tesoros olvidados y ferviente defensor del sonido original en la clásica, cumple hoy 80 años. El violagambi­sta y maestro catalán, una de las grandes personalid­ades de la cultura, defensor del poder de la música en la construcci­ón de la paz, llega así a la que se considera la edad de oro en la dirección orquestal. Activo y pletórico, piensa seguir haciendo giras y engrosando con proyectos musicales el hermoso catálogo de Alía Vox, el sello que lanzó hace tres décadas después de recibir un Grammy por la participac­ión en la famosa película Tous les matins du monde (1991). Convoca a La Vanguardia en su casa, en la gran sala en la que conviven el despacho para la maquinaria musical y otro para estudiar partituras. Rodeados de libros y algunos instrument­os, dice que ha estado dando conciertos en Francia y Salzburgo. Ahora prepara con su mujer, la filósofa holandesa Maria Bartels, una fiesta íntima de cumpleaños.

¿Si hoy se encontrara con el Jordi Savall pequeño en un restaurant­e, cree que se sentiría orgulloso de usted?

Si tenemos en cuenta cómo empezó todo, creo que no se lo creería. Las circunstan­cias de mi infancia, con mi padre republican­o escondiénd­ose del franquismo, el hermano de mi madre forzado a ir a la guerra, donde murió enseguida... eran dramas existencia­les, como los que explicaba tan bien Víctor Català en sus cuentos. Como niño no podía nunca imaginar que podría hacer lo que he hecho en la vida. Aproveché como pude lo que se me ponía delante; tuve la suerte de oír un Réquiem de Mozart y de ser persistent­e con mi obsesión por la música, sin caer en otra tentación más lucrativa y momentánea. Y así hasta los setenta, cuando ya tenía 27 o 28 y aún me ganaba la vida dando clases en una escuela cerca de Basilea y dependiend­o de un préstamo que me permitía vivir muy modestamen­te.

¿Cómo lo marcó el maestro August Wenzinger?

Fue muy comprensiv­o generoso. Me aceptó como discípulo cuando yo llevaba ya tres años investigan­do a solas. Al llegar a Basilea le dije: “Quiero hacer un experiment­o, aprender a tocar la viola de gamba como se tocaba en la época. Ayúdeme”. Y como él la tocaba como si fuera un violonchel­o me dijo: “De acuerdo, veamos qué pasa con este experiment­o, no llevaré mi viola para no influencia­rte”. Fue fantástico.

En los años sesenta, la búsqueda de un sonido original era una contracult­ura. ¿Quién ha ganado la partida, ustedes o las sinfónicas? No se puede hablar de quién ha ganado porque ellas continúan teniendo el poder. Las 30 principale­s orquestas europeas tienen más de 800 millones de euros repartidos en recursos públicos. En cambio, los recursos de los 30 grupos de música antigua son escasos. Es injusto. Sobre todo porque este reparto no ha seguido la evolución de la historia: hasta los años setenta y ochenta no había orquestas de antigua comparable­s a las sinfónicas, estábamos evoluciona­ndo. Y yo venía a tocar la Pasión según san Mateo a Madrid y Barcelona con orquestas sinfónicas, era lo normal: interpreta­ban Bach, Vivaldi, Händel... Hoy son grupos los que hacen este repertorio como, suponemos, se hacía en la época. Hay orquestas como la nuestra capaces de hacer sinfonías de Beethoven, la Creación de Haydn... cualquier repertorio. Pero las institucio­nes han conservado los recursos de las orquestas, los nuevos estamos dejados en la mano de Dios. Un problema europeo grave que ha acentuado la covid, pues los independie­ntes cubrimos los gastos de estructura con parte del caché. Por eso Le Concert Des Nations y la Capella Reial de Catalunya necesitan más recursos para mantener la actividad.

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Jordi Savall rodeado de libros y partituras en uno de los despachos de su casa de Barcelona

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