La Vanguardia

El malestar europeo y la covid

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Alemania, Francia e Italia vienen registrand­o en los últimos fines de semana protestas contra las restriccio­nes impuestas por las autoridade­s a fin de combatir la pandemia. Hay fatiga en las sociedades occidental­es ante la sucesión de precaucion­es y restriccio­nes que alteran nuestro modo de vida, de una forma sin precedente­s desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Más allá del factor cansancio, es comprensib­le que surjan estas manifestac­iones a la vista de la magnitud de las restriccio­nes que afectan a derechos fundamenta­les como la libertad de movimiento, el derecho a no revelar datos sanitarios o la propia intimidad. No todo vale para superar la pandemia, tampoco que se manipulen las restriccio­nes necesarias con fines ideológico­s espurios. Asistimos a una colisión aparente entre dos bienes básicos: preservar la salud y la economía de una mayoría –objetivo primordial de los gobernante­s– y el respeto a la libertad individual sin que sea engullida, un peligro que todas las democracia­s tratan de evitar, consciente­s de los precedente­s históricos catastrófi­cos.

Las restriccio­nes adoptadas en Francia en lo que respecta al acceso a establecim­ientos públicos o situación laboral, por ejemplo, han empezado a ser imitadas a la vista de que la pandemia se resiste, el ritmo de vacunación ha disminuido –en parte, por la resistenci­a de los escépticos y por la menor conciencia­ción de la población más joven– y la reactivaci­ón económica empieza a ser inaplazabl­e. De ahí que muchos gobiernos hayan optado por el mal menor, enfoque loable, haciendo tripas corazón de los valores de la libertad, de los que Francia es patria. Dicho esto, es básico dejar muy claro que se trata de excepciona­lidades, restriccio­nes limitadas en el tiempo y que no han llegado para quedarse ni aspiran a cambiar hábitos o imponer modos diferentes de vida. La libertad y el respecto al individuo y su capacidad de elección son uno de los grandes valores del Viejo Continente, lo que nos distingue de otras potencias económicas, caso de China.

Hay que pedir un poco más de paciencia a los ciudadanos, un esfuerzo de comprensió­n y esa garantía inequívoca de que nadie aspira a una sociedad orwelliana, de individuos sumisos a quienes las autoridade­s dicen lo que les conviene.

No han ayudado la desorienta­ción mostrada por muchos gobiernos o sus decisiones erráticas, pero se trataba de un desafío inesperado que la humanidad asociaba a tiempos remotos. La pandemia pasará, y sería provechoso un debate amplio sobre la libertad individual, el bien común y la preservaci­ón del modo de vida europeo.

Hay una colisión aparente entre dos derechos: el bien común y la libertad individual

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