Joséphine Baker entrará en el Panteón
La célebre vedette se convierte en la primera mujer negra en entrar en el templo francés
El cinturón de plátanos de Joséphine Baker fue más evidente que su heroismo de resistente durante la II Guerra Mundial. Pero su frase de aquel entonces (“Francia me permitió ser quien soy; estoy dispuesta a dar mi vida por Francia”) justifica la panteonización, el 30 de noviembre, de quien, así, será la sexta mujer del cementerio laico destinado a “grandes hombres”. Y, además, la primera mujer negra en el monumento parisino.
La decisión del presidente Macron, anunciada ayer por el matutino Le Parisien, puede sorprender porque en junio último su entorno había descartado la suposición. Pero la decisión favorable habría sido espontánea, el 21 de julio, tras la exposición de un pequeño comité de apoyo a “la primera estrella internacional del music hall, musa de los cubistas, resistente y que vistió el uniforme del ejército aliado durante la Segunda Guerra Mundial”.
Así la describe el ensayista Laurent Kupferman, creador hace dos años del sitio en apoyo de su panteonización, suscrito por más de 40.000 firmas, entre ellas el novelista Pascal Bruckner o el músico Laurent Voulsy.
Nacida en 1906, en Missouri, Freda Josephine Mcdonald, con “sangre india, española y africana” según explicaría más tarde, en una familia numerosa en cuyo mantenimiento debió colaborar, tenía solo 16 años cuando bailó y cantó en Broadway. Pero su vida cambia cuando la esposa del agregado cultural de la embajada americana en París la contrata, en Nueva York, para la Revue Noire. El espectáculo, con un fondo crítico a un mundo en el que las colonias eran aún la normalidad, se presenta en 1925 en el Théâtre des Champs Elysées, de París y la convierte en estrella. Dos años más tarde ya es la meneuse de revista del Folies Bergère y figura del Tout Paris. “Por primera vez yo circulaba sin ese miedo por ser negra que me seguía en Estados Unidos”, solía decir. Desde 1937, cuando su boda con Jean Lion le otorga la nacionalidad francesa, y apoyada en su popularidad, Baker se opone abiertamente a la propaganda fascista que triunfaba en París y Europa.
Deja París cuando la llegada de los alemanes es inminente y durante los cuatro años siguientes viste uniforme del ejército aliado, además de desempeñar tareas de espía en medio Europa, lo que le valdrá, tras la guerra, la medalla de la Resistencia y más tarde el símbolo de la Legión de Honor.
Desgraciadamente esos laureles pesarán menos que el resentimiento de los colegas que prefirieron la colaboración o el silencio bajo la ocupación y que salpicará a otros resistentes como Marlene Dietrich o Jean Gabin. Pero Baker ya estaba enrolada en otros combates: contra el racismo con el movimiento del Renacimiento Negro norteamericano y contra el antisemitismo con la Licra.
Más difícil afrontar, a partir de 1964, sus graves problemas económicos. Y tampoco le va bien con el temible fisco francés. Entre tanto,
Baker estuvo dispuesta a dar su vida por Francia y se implicó en la resistencia frente a los nazis en la guerra
adopta a una docena de criaturas con las que habita un desvencijado castillo que terminan por expropiarle. Ayudada económicamente, primero por Brigitte Bardot, Baker es acogida por la princesa Grace en Mónaco, donde será enterrada en 1975.
Casi medio siglo después, acunada por un largo discurso de Macron, proseguirá el reposo eterno en un recinto en el que la precedió en el 2018 Simone Weil, como ella luchadora y política comprometida, responsable de la ley que oficializó el aborto médico.