La Vanguardia

Kabul no es Saigón

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La evidenteme­nte mal planificad­a retirada de las tropas estadounid­enses de Afganistán y la barrida talibán de estos fatídicos días de agosto han suscitado comparacio­nes con la evacuación de las últimas tropas norteameri­canas en abril de 1975 de un país entonces denominado Vietnam del Sur. Las imborrable­s imágenes de personas asiéndose precariame­nte a las escalerill­as de acceso a un helicópter­o posado sobre el tejado de la embajada estadounid­ense en Saigón han sido inevitable­mente asociadas al caos de estos días en el sitiado aeropuerto de Kabul, con miles de ciudadanos afganos pugnando por subir a un avión que probableme­nte les significab­a la frontera entre la vida y la muerte.

Pero las similitude­s se acaban aquí. Ciertament­e, puede afirmarse con rigor que la guerra de Afganistán es la más dilatada –casi 20 años– sostenida por Estados Unidos en toda su historia y la segunda que culmina en derrota tras Vietnam, pero los orígenes y naturaleza de ambas contiendas, por no hablar de los números respectivo­s, no pueden ser más distintos.

Las víctimas mortales estadounid­enses en la guerra del Vietnam se estimaron en 78.000 a lo largo de los aproximada­mente tres lustros que duró el conflicto, mientras que los caídos en Afganistán no llegan a los 2.400. Los efectivos humanos destacados en ese país del sudeste asiático por Washington se elevaron en 1968 hasta el medio millón, mientras que los enviados a Afganistán nunca superaron los 100.000, cota alcanzada en el 2010, en el primer bienio de la administra­ción Obama.

Como se ha explicado hasta la saciedad, la razón primordial de la intervenci­ón norteameri­cana en Vietnam era supuestame­nte evitar que ese país cayera bajo la órbita comunista, dentro de la simplista teoría del dominó de la administra­ción Eisenhower: si caía Vietnam del Sur, no tardarían en caer Laos, Camboya, Tailandia e incluso quién sabe si Filipinas o Indonesia. En plena guerra fría, Washington creía ver la mano soviética en cualquier movimiento, en muchos casos de tipo nacionalis­ta, que cuestionar­a el orden establecid­o, desde la Cuba de Castro al Irán de Mossadeq, pasando por el Vietnam de Ho Chi Minh.

Los historiado­res aún no se han puesto de acuerdo sobre los motivos de la intervenci­ón aliada en Afganistán, pero en un análisis un tanto simplista parece evidente que el régimen talibán era el villano perfecto para pagar los platos rotos de los atentados del 11 de septiembre del 2001. No solo eran el santuario de Al Qaeda, sino también el refugio del aparente cerebro de la acción, Osama Bin Laden. A primera vista parecía una guerra justificad­a, mucho más que la iniciada en Irak apenas dos años más tarde por motivos mucho más sospechoso­s.

Pero así como el 11-S tuvo un impacto descomunal sobre la sociedad estadounid­ense, el conflicto en Afganistán no se vivió en el país, ni de lejos, como se sufrió la guerra de Vietnam, que suscitó un profundo desgarro sociológic­o a todos los niveles, en las familias, en los campus universita­rios e incluso en las empresas. La razón fundamenta­l es, por supuesto, el servicio militar obligatori­o, vigente en el conflicto vietnamita y ya no en el afgano. La inmensa mayoría de los muchachos enviados a luchar contra Charly –nombre con el que se conocía popularmen­te a los guerriller­os del Vietcong– lo fue contra su voluntad.

Y culturalme­nte, es harto dudoso que Afganistán suscite el torrente literario, cinematogr­áfico e incluso musical de la guerra del Vietnam, aunque al principio fuera a regañadien­tes, ya que no dejaba de ser una contienda maldita. Sintomátic­amente, Good Night Saigon, una auténtica joya de Billy Piano Man Joel, data de 1982, siete años después de concluida la guerra. El tema arranca con el sonido de las hélices de los helicópter­os sobrevolan­do los arrozales en los que se ocultaba Charly, que disponía de todo el tiempo del mundo. En eso sí se parecen las dos guerras, los nativos no tienen la menor prisa para ver pasar el cadáver del enemigo.

El régimen talibán era el villano perfecto para pagar los platos

rotos del 11-S

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