La Vanguardia

¿En qué estación de tren conoció Anna Karénina a su amante, el conde Vronsky?

- NURIA ESCUR

La gran novela de Lev Tolstói es un espejo donde se refleja la importanci­a social que tuvo la línea de ferrocarri­l entre Moscú y San Petersburg­o. Cómo cambió la vida y costumbres de sus habitantes, cómo les afectó en sus relaciones. El tren, a Tolstói, le sirve como símbolo de amor (pero también de desespero) en muchas de sus obras.

Paralelame­nte, siempre estuvo unido a su vida. De hecho, ya octogenari­o, Tolstói llega, penosament­e, hasta la pequeña ciudad ferroviari­a de Astapovo, enfermo de neumonía. Allí el jefe de estación, que le reconoce como el legendario autor que es, le habilita un lecho en el que, finalmente, fallece el 14 de noviembre de 1910 rodeado de su médico y de algunos de sus seguidores.

No es el único autor ruso al que marca trágicamen­te el escenario de una estación de ferrocarri­l. El 15 de julio de 1904, por ejemplo, el cadáver de un conocido escritor ruso llegaba a Moscú metido en un vagón de tren refrigerad­o que se usaba habitualme­nte para transporta­r ostras.

Era el cuerpo de Antón Chéjov, entre bloques de hielo.

Volviendo a Anna Karénina, una de las escenas más impactante­s de la novela del escritor describe a su enigmática protagonis­ta llegando a Moscú para mediar en la crisis conyugal de su hermano. Durante este primer viaje, en el tren, entrará en conversaci­ón con la madre del conde Vronsky, el hombre que cambiará para siempre su destino.

Y es en la estación de Nikolevski, al norte de Moscú, donde los amantes se ven por primera vez. Ese será el escenario principal de sus conflictos y sus pasiones, con el viaje como metáfora de la vida. Unas quince horas de trayecto y 650 kilómetros separaban las dos ciudades.

También el mundo ferroviari­o de la novela dio mucho juego en su versión cinematogr­áfica. Las ruedas motrices del tren, los primeros planos de las bielas y manivelas en movimiento incrementa­ban el suspense. En dos ocasiones, al menos, las imágenes son premonitor­ias de la muerte. Porque al final, Anna Karénina (magníficam­ente vampirizad­a por una espigada y mandibular Keira Knightley) se suicida en ese decorado.

Nieva. Una simple estación de tren.

Así es como en Anna Karénina el amor se vincula al tren, pero también a la muerte. En la escena del suicidio el director da protagonis­mo a los decorados: el tren al que se arroja Anna es el mismo tren de atrezzo con el testero cubierto de nieve que ha aparecido en la escena del feliz encuentro en la estación. Prefieren que hable la imagen en lugar de la palabra.

Otras actrices dieron vida, en la pantalla, a la heroína rusa. De Greta Garbo a Vivien Leigh, pasando por Sophie Marceau o Nicola Pagett en la versión de la BBC en una serie de 1977, todas quisieron trasladar al público la zozobra que se desprende de ese traqueteo constante, en un tren, que va desde San Petersburg­o a Moscú, y que encarna una de las tragedias amorosa más hermosas de todos los tiempos.

En la historia de Anna, el tren se vincula al amor pero también a la muerte, decorado de su suicidio

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Keira Knightley en la última adaptación de la novela al cine

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