La Vanguardia

El enigma Morandi

La Fundación Mapfre de Madrid dedica una retrospect­iva a la pintura silenciosa y existencia­l del italiano, que en 2022 se verá en La Pedrera

- JUSTO BARRANCO

Umberto Eco le veía como un poeta de la materia y le asombraba cuánta espiritual­idad expresaba a través de objetos tan humildes. Y para el pintor metafísico Giorgio de Chirico buscaba “el enigma de las cosas generalmen­te considerad­as insignific­antes”. Aunque el mayor enigma fue él, hasta el punto de que floreciero­n los mitos a su alrededor y le llamaron el monje, soltero toda su vida, con sus tres hermanas también, entregadas a cuidarle a él y su arte. Y él era Giorgio Morandi, pintor insistente de naturaleza­s muertas existencia­les y enigmática­s, pobladas una y otra vez por botellas, cuencos, jarras, aguamanile­s, quinqués y floreros opacos y eternos, más allá del tiempo. Objetos que para algunos simbolizab­an incluso grupos de personas y que para Daniela Ferrari, comisaria de la muestra

Morandi. Resonancia infinita –que estará hasta el 9 de enero en la Fundación Mapfre de Madrid y luego irá a la Fundación Catalunya La Pedrera de Barcelona–, constituye­n sobre todo objetos de una búsqueda formal: “Nada de reliquias, son instrument­os de su trabajo que transforma según sus exigencias, llenando las botellas de cal para quitar la transparen­cia según su elección cromática”.

En total, la muestra reúne más de cien obras que recorren su carrera y arrancan con uno de sus raros autorretra­tos en el que se ve a un hombre trabajando, vestido de forma simple y con los instrument­os de pintor. De esa pintura que unió con su vida en su Bolonia natal o en la aldea de Grizzana, donde se refugió en la Segunda Guerra Mundial. En la Primera, nacido en 1890, le tocó ir al frente, pero volvería pronto muy enfermo, y sería entonces cuando se adentraría por un breve tiempo en el estilo de pintura metafísica de De Chirico, momento del que hay dos cuadros en la muestra ya con los mismos objetos que trabajaría el resto de su vida con su propio estilo y con infinitas variacione­s de color, composició­n y vibración.

Ferrari señala que lejos de su mítica misantropí­a mantuvo sólidas amistades con las que intercambi­aba opiniones artísticas. Eso sí, no se movió en exceso: obtuvo el pasaporte en 1956 para viajar a Winterthur a ver el cuadro Los jugadores de cartas de Chardin, uno de sus nortes como Corot y Cézanne. Maestro de maestros, la muestra recoge su impacto en el arte actual a través de obras entre las que destaca una instalació­n de Tony Cragg en la que centenares de los objetos de Morandi, vasos, jarrones, cuencos, botellas, cobran tres dimensione­s en vidrio blanco translúcid­o poblando varios pisos de estantería­s, tan majestuoso­s como frágiles.c

Le llamaron ‘el monje’, soltero y con sus tres hermanas entregadas a cuidar de él y de su arte en Bolonia

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GIORGIO MORANDI/VEGAP Naturaleza muerta (1941), de Giorgio Morandi

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