La Vanguardia

¿Es todo tacaño un gorrón?

- Joaquín Luna

Los tacaños son unos incomprend­idos que tienen mala prensa pese a sus virtudes. ¡Si los que critican a los tacaños estuviesen forrados –como muchos de ellos–, otro gallo cantaría! ¿Quién escribe desde los siglos de los siglos? La gente sin dinero. No hay más preguntas.

La tacañería es, de propina, un cliché machista que va contra la igualdad de género. ¿Acaso algún poeta ha escrito sobre la roñosería femenina? Por culpa de mi educación sentimenta­l, de las que dejan mucho que desear, me resulta imposible tachar a una mujer de tía miserias, a diferencia de los tíos miserias.

Para decir que una mujer es roñosa uno debería estar dispuesto a dejarse invitar, a no pugnar por las facturas y a embarcarse en un crucero por las islas Chafarinas con todo pagado, cosas todas de muy mal estilo y contrarias a la dichosa educación sentimenta­l.

Con los congéneres, la cuestión cambia. Hay hombres tacaños la mar de simpáticos, como uno que yo me sé que cuando voy a Madrid no me deja dejar de pagar una caña o aquel que cuando llega la hora de acordar la propina sufre el Gólgota y roza el pasmo y no el Pasmo de Triana.

El tacaño aspira a la posteridad económica, de igual forma que otros aspiran a la posteridad literaria y encima dan la lata. El tóxico es el gorrón, cuyas virtudes se me escapan porque no inspira compasión –a diferencia del tacaño porque tiene parné y no lo gasta, a saber si por ahorrar tiempo– y encima te hace sentir idiota. No hay gorrón sin gorroneado.

Gracias a la pobreza y a mis amigos, frecuento poco a los gorrones, de los que solo admiro su capacidad de encajar indirectas, comparable a Tony Ortiz, leyenda del pugilismo español que paraba las hostias con la cara.

Que un pobre pueda ser tacaño es sencillo, pero lo complicado es ser rico y tacaño porque tienes que pensar mil excusas para sacudirte a los gorrones. El dinero, ya lo ven, es siempre fuente de complicaci­ones y lo mejor es gastarlo rápido para evitarse problemas y si hay que pasar a la posteridad que sea en vida, en mía y la de ustedes, los suscriptor­es. ¿No estarán gorroneand­o el texto, verdad?c

El tacaño aspira a la posteridad económica como otros a la literaria,

lo malo es el gorrón...

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