Haití, un Estado maldito
Hay sociedades, estados, que parecen haber sufrido una maldición histórica. Uno de ellos es Haití. No solo es el país más pobre de América Latina y del Caribe sino que la violencia, las epidemias y los desastres naturales se han cebado con él de manera reiterada. En los últimos meses, el asesinato del presidente, un nuevo terremoto y la emigración de decenas de miles de haitianos han vuelto a hacer evidente la inestabilidad de esta nación caribeña. En Haití, más del 60% de la población vive con menos de dos dólares diarios, la inflación es exponencial y las malas cosechas por los desastres naturales provocan falta de alimentos. No debe extrañar que miles de haitianos hayan abandonado el país, emigrando a estados vecinos pero soñando con poder llegar a Estados Unidos.
Un sueño muy difícil de hacer realidad como rápidamente se han encargado de mostrar las autoridades fronterizas estadounidenses, primero agrupando a miles de migrantes bajo un puente en la localidad texana de Del Río a la espera de que sus peticiones de asilo sean procesadas, luego con las intolerables imágenes de policías a caballo maltratando a migrantes como si fueran ganado, y finalmente con vuelos para deportarlos a su país. Ayer, la Casa Blanca negó que esté estudiando la opción
La dureza migratoria de EE.UU. agrava la situación de miles de haitianos salidos del país
de volver a usar el centro de detención de migrantes de la base de Guantánamo para albergar a indocumentados haitianos.
A su llegada al aeropuerto de Puerto Príncipe, algunos de los deportados después de que su entrada a Estados Unidos fuera rechazada han provocado incidentes al intentar volver a subir al avión del que habían desembarcado. El enviado especial de Estados Unidos en Haití dimitió ayer en protesta por el “trato inhumano” dado a los migrantes por la Administración estadounidense, un hecho que se suma a las duras críticas que está recibiendo Joe Biden por su política migratoria.
La salida de tantos miles de personas obedece no solo a causas económicas. La inseguridad lleva años instalada en el país, con bandas armadas por las calles, asesinatos y secuestros y con las fuerzas de seguridad –el país no tiene ejército– desbordadas. Además, Haití sufre una constante inestabilidad política. La última muestra ha sido el asesinato del presidente, Jovenel Moïse, a dos meses de las elecciones y tras gobernar el país por decreto pues disolvió el Parlamento.
Haití es hoy, además de un Estado maldito, un Estado fallido y en crisis permanente, ingobernable y marcado por la pobreza. Un repetido fracaso de la comunidad internacional en sus intentos de estabilización después de que las potencias extranjeras hayan lastrado durante décadas su progreso.c