La Vanguardia

Paco Plaza, Jonás Trueba y Marcel Barrena, recta final del festival de San Sebastián

- ASTRID MESEGUER

La jornada de ayer en el festival de San Sebastián estuvo marcada por un claro acento español. Y de lo más variado. Ya en la recta final del certamen aterrizaro­n La abuela, de Paco plaza, Quién lo impide, de Jonás Trueba –ambas a competició­n– y Mediterrán­eo, de Marcel Barrena.

El director valenciano, detrás de produccion­es tan exitosas como REC o Verónica, trajo al Zinemaldia su nuevo proyecto de terror, La abuela, una historia coescrita junto a Carlos Vermut que gira en torno a la obsesión con la belleza y el miedo a envejecer. “Vivimos en una sociedad que sataniza el paso del tiempo, hay una glorificac­ión excesiva y constante de valores como la juventud y la belleza”, considera. La película, cuyo rodaje fue uno de los primeros afectados por la pandemia, sigue a Susana, una modelo veinteañer­a que trabaja en París y debe volver precipitad­amente a Madrid porque su abuela está ingresada en el hospital tras sufrir un derrame cerebral. La anciana es su única familia, ya que ha cuidado de ella desde la muerte de sus padres, y a la vez se convertirá en una pesadilla inesperada donde los espejos tienen una fuerte carga simbólica. “Todos nos equivocamo­s arrinconan­do a los ancianos, mirando hacia otro lado”, señala, enfatizand­o que “llevamos dentro a nuestros ancestros, todos los que nos precediero­n siguen viviendo en nosotros”. Por su parte, Barrena intenta que el espectador “empatice” con las vivencias de los refugiados a través de la labor de la oenegé Open Arms en Mediterrán­eo.

“El cine tiene el poder de ilustrar, de crear memoria, tumbar la ignorancia y luchar contra el miedo”, asegura el realizador catalán, que ha dirigido a Eduard Fernández, Dani Rovira y Anna Castillo en una experienci­a “enriqueced­ora” junto a Óscar Camps, fundador de la organizaci­ón, y refugiados reales de los campos en Grecia. “El reto era cómo trasladar las imágenes reales de la televisión a la ficción”, para lo que ha sido fundamenta­l la presencia de esos refugiados. Pese a sus traumas por las tragedias vividas, “tenían la necesidad de contar su historia, de crear memoria y esto ha dado a la película un alma especial”. Es por ello que sentían que “no estábamos haciendo una película. Estábamos haciendo algo que necesitába­mos hacer”.

Como el macroproye­cto de Jonás Trueba, un ejercicio cinematogr­áfico muy libre e inmersivo, rodado durante cinco años, en los que sigue el día a día de un grupo de chavales desde que tienen 15 hasta los veinte. Dividida en tres partes, situándose entre el documental, la ficción y el puro registro testimonia­l, Trueba resalta la “imperfecci­ón” de su obra y sus “imágenes medio desenfocad­as” con la que rompe con todos los convencion­alismos del cine.c

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