La Vanguardia

“Juliano el Apóstata casi rescata a los dioses y deja a Jesús en anécdota”

- Aquí aún decimos por el dios Jano al que se pedía protección al viajar. Defina n qué creían los romanos? ¿Los romanos eran colegas de los dioses? ¿Tan interesada era la religión en Roma? Los dioses serían imaginario­s, pero si todos los adoraban, su

¿Edad? ‘Fugit irreparabi­le tempus sed non omnis moriar’. No moriré si me seguís recordando, porque somos memoria... O nada. Pablo es más relevante para la historia que Jesús de Nazaret. El cristianis­mo solo devino universal al convertirs­e en eje del imperio: un solo dios, un pueblo, un emperador... ¡Poder!

ENo creían. No les hacía falta la fe. No entendían a los cristianos, porque los romanos no creían: vivían con los dioses con los que intercambi­aban favores a cada paso. ir chano chano,

Los propios romanos repetían que no eran los más fuertes, ni sabios, ni ricos. Pero sí los más religiosos. Y su piedad les daba la seguridad y la cohesión para dominar el mundo.

piadosos.

La pietas era la virtud romana por excelencia y las resumía todas. Era cumplir cada día tu deber para con Roma, sus mortales y dioses.

Eran conciudada­nos de los dioses. Quienes solo los veían allá arriba en su Olimpo eran los griegos. Por eso, el primer error de lo que nos explicaron en el cole es que los dioses romanos eran mera versión de los griegos.

Era un do ut des continuo: los dioses reciben sacrificio­s, ofrendas, súplicas... Y, a cambio, brindan protección, suerte, fortuna...

Y sin ese efecto, los romanos hubieran sido solo campesinos. Son los dioses quienes dan legitimida­d y poder a Roma desde el más remoto hogar al gran imperio. Del pasado de lares y cenizas de progenitor­es al presente que vela el genium, el dios de cada familia.

Soy arqueólogo: he desenterra­do muchas abreviatur­as VSLM (votum solvit libens merito): “Cumplió lo prometido como era justo”. Alguien había pedido un favor al dios y se lo devolvía con una ofrenda. Si no, rompía la pax deorum (el “estar en paz” con los dioses) .

Con gran capacidad de integrar. Pero hablamos de siglos de historia y difícil de resumir.

Son reminiscen­cias, desde luego y con otra virtud romana: capacidad de síntesis. A medida que Roma integra esclavos y los libera, aportan a Roma sus dioses y así el panteón, manteniend­o las jerarquías, se enriquece.

Jesús de Nazaret era otro líder radical de una secta que creía llegado el momento de reunificar las 12 tribus de Israel e instaurar el reino de Yahvé en la Tierra.

Pero san Pablo, más relevante para la historia, genera a partir de Jesús otro personaje, el ungido, el Christos, que realizará la promesa de Yahvé a Abraham: “Gobernarás sobre los pueblos”. Y para ello debe captar al menos a algunos no judíos.

Pablo crece en un ambiente helénico y para convertir a los gentiles sabe suavizar el judaísmo radical de Jesús y Pedro. Así convierte la resurrecci­ón de Jesús, que en sus orígenes era solo espiritual y tribal, en carnal y fácil de explicar a todos. Y Pablo ya no exige la circuncisi­ón –Pedro sí– para cristianiz­arse.

Porque es muy atractivo para la mayoría de pobres, ya que no exige ser rico ni poderoso como requieren, en cambio, otros ritos.

Y acierta: el cristianis­mo ofrece una salvación en la otra vida para quienes esta ha sido muy desgraciad­a. Así atrae a los esclavos.

Los romanos no prohíben adorar a Yahvé o Jesús; pero sí que los cristianos, o cualquier otra religión, nieguen a los dioses romanos y cuestionen así la legitimida­d del imperio.

Ese mito persecutor­io no tiene base histórica. Sí que hubo edictos que ordenaban a todos los ciudadanos hacer ofrendas a los dioses cuando Roma pasaba por malos momentos. Si no las hacían, eran castigados, pero no por cristianos sino por malos ciudadanos.

Hubo solo decenas; tal vez un centenar de cristianos ejecutados durante todo el imperio. En el 311 un edicto de Valerio implora: “Cristianos, no entiendo por qué no adoráis a los dioses. Pero no os preocupéis, pedid a vuestro Dios por el bienestar del imperio, el emperador y los ciudadanos, porque vais a ser una religión lícita”.

El emperador Constantin­o se cristianiz­a en el 324 al percatarse del enorme poder de tener un imperio, un pueblo y un solo Dios. Y, a partir de entonces, cristianis­mo y poder ya son una sola cosa.

A mediados del siglo IV, Juliano el Apóstata recupera la tolerancia politeísta durante su breve mandato y rescata a los dioses del olvido y hubiera dejado a Jesús en anécdota; pero no triunfa... Y, sí, hasta hoy.

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DANI DUCH

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