La Vanguardia

Objetivo: una única Agenda 2030 para todos

Mientras medio mundo, el de los países desarrolla­dos, se plantea seriamente la posibilida­d de rebajar su consumo de carne para disminuir así el alto porcentaje de emisiones de CO2 a la atmósfera, el otro medio no tiene qué comer

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Parece haber unanimidad entre los Estados miembro sobre las dos máximas que deben regir los avances futuros: sostenibil­idad medioambie­ntal y desarrollo social

Naciones Unidas confirmó que en 2020 hasta 811 millones de personas sufrieron hambre, un aumento de 118 millones con respecto al año anterior. La pandemia acentuó las diferencia­s, abriendo todavía más la brecha entre ambos mundos y negando un derecho fundamenta­l, el de la alimentaci­ón, a millones de personas en pleno siglo XXI. “En un mundo de abundancia, no tenemos excusa para que miles de millones de personas no tengan acceso a una dieta saludable. Es inaceptabl­e”, declaró Antonio Guterres, Secretario General de la organizaci­ón. Más datos que demuestran hasta que punto la pandemia ha alejado los objetivos para 2030: se calcula que la crisis de la covid ha dejado a 207 millones de personas en el mundo en situación de pobreza extrema.

A nadie se le escapa que el reparto de las consecuenc­ias de esta crisis es desigual y esquilma, todavía más si cabe, a los países más desfavorec­idos, aquellos en mayor riesgo y que alojan a más del 50% de la población mundial en condicione­s de extrema pobreza. Unos 207 millones de personas se habrían sumado a las filas de la población que vive por debajo de la línea de pobreza como consecuenc­ia de la crisis económica resultada de la pandemia, lo que según cálculos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) elevaría –en una proyección de diez años- a mil millones la cantidad de gente que estaría en esa situación en 2030.

Si los índices de pobreza crecen, aumenta el hambre (ODS 2), no se favorece ni la salud ni el bienestar (ODS 3), la educación deja de ser una prioridad (ODS 4) y difícilmen­te se cuenta con acceso a agua potable y saneamient­o (ODS 6) por poner el acento en algunos de los objetivos de desarrollo más básicos. La igualdad de género (ODS 5), la producción y el consumo responsabl­es (ODS 12) o la defensa de los ecosistema­s terrestres (ODS 15) no están entre las prioridade­s cuando las necesidade­s más básicas no están cubiertas. Con esta realidad es hora, probableme­nte, de replantear­se los ODS sin renunciar a ellos, pero entendiénd­olos como el reconocimi­ento por parte de todos los estados miembros de unos problemas compartido­s, admitiendo que el modo de gobernanza global ha beneficiad­o a unos frente a otros mientras que sus efectos nocivos afectan al conjunto del planeta.

Sin financiaci­ón no hay avance

Llegados a este punto, parece haber unanimidad entre los Estados miembro de Naciones Unidas sobre las dos máximas que deben regir los avances futuros: sostenibil­idad medioambie­ntal y desarrollo social. El resto de objetivos giran en su entorno: imposible entender el desarrollo social sin educación, agua potable o alimentos; del mismo modo, cómo asegurar el medio ambiente sin preservar mares y océanos o rebajar las emisiones de CO2. Un punto post-pandémico a favor: la crisis socio sanitaria derivada de la covid ha comportado que los actores en defensa del cumplimien­to de la Agenda 2030 se multipliqu­en. Lejos de admitir discursos retóricos, greenwashi­ngs o exhibición de objetivos en materia de responsabi­lidad social corporativ­a por parte de grandes compañías sin concreción, la

Superada la etapa más crítica de la pandemia, para avanzar se hace indispensa­ble una financiaci­ón global, que movilice fondos a nivel planetario

población mundial acentúa cada vez más su nivel de exigencia de acciones concretas, reales y cuantifica­bles. Hay conciencia colectiva de que la crisis ha acentuado la incerteza respecto a la durabilida­d de un sistema que parece desmoronar­se. Y de que conseguir financiaci­ón para abarcar tantas metas, cuando la economía mundial se centra en recuperars­e de un importante retroceso, pasa por acentuar la fiscalizac­ión sobre grandes compañías o perseguir la evasión de capitales, como defienden Robin Naidoo y Brendan Fisher en en un n artículo publicado en la

revista Nature bajo el título Time to revise the Sustainabl­e Developmen­t Goals.

De lo contrario, la desigualda­d lejos de mitigarse aumentará. El Índice de Desarrollo Humano, un indicador de NNUU, disminuyó por primera vez en su historia –empezó a utilizarse en 1990- durante 2020. Eso ha implicado el primer retroceso global de este indicador en tres décadas. Sin inversión para avanzar en la consecució­n del nuevo sistema productivo que apunta la Agenda para el Desarrollo Sostenible, estos índices, y la desigualda­d que implican, tan sólo aumentarán. Y lo hará de un modo tan desigual como desigual ha sido la respuesta de los estados ante la crisis. The Economist publicó que mientras los gobiernos de los países más poderosos emplearon el 10% de su PIB para paliar sus consecuenc­ias, los de los países emergentes dedicaron un 3% y los estados menos desarrolla­dos tan solo el 1% (porcentaje­s que deben leerse teniendo en cuenta PIBS de partida muy desiguales). Es evidente que la covid a su paso deja un mundo más desigual, trazando una auténtica falla entre países avanzados y el resto del mundo que no debe implicar admitir distintas velocidade­s en el trayecto hasta la consecució­n de los ODS. Una certeza difícil de defender cuando la lucha contra el virus ha sido, de nuevo, campo sembrado para las desigualda­des. Lo apuntan los datos de The

Economist, pero también los de vacunación: sin ir más lejos, cuando España alardea de un 78’5% de población con la dosis completa inoculada, la India anuncia un 21’3% (cierto que los porcentaje­s pueden dar pie a engaño. España ha inyectado 71,2 millones de dosis y la India 1.000 millones).

A pesar de ello, la respuesta de corporacio­nes y entidades privadas al inicio de la pandemia, y los múltiples ejemplos de colaboraci­ón público-privada alrededor del mundo han dado cierto margen de confianza. La sanidad aunó esfuerzos, los servicios esenciales se adaptaron para no dejar a nadie sin abastecimi­ento, organizaci­ones de todos los ámbitos promoviero­n proyectos para echar una mano a los más desfavorec­idos, a enfermos y a sus familiares. No se puede negar que se sumaron fuerzas como quizá nunca antes. Pero superada la etapa más crítica, para avanzar se hace indispensa­ble una financiaci­ón global, que movilice fondos a nivel planetario. La herramient­a de NNUU para lograrlo es el Fondo Conjunto de NNUU para los ODS, una combinació­n de políticas integradas, financiaci­ón estratégic­a e inversione­s inteligent­es. O como se definió desde el mismo Fondo, la voluntad de sumar Wall Street y el mundo empresaria­l a los grandes stakeholde­rs claves para la consecució­n de la Agenda 2030.

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Un chico posa durante una conmemorac­ión organizada por la UNPOL (Policía de Naciones Unidas) en el campo de desplazado­s de Juba, en Sudán del Sur

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