La Vanguardia

No cambien más la hora

- Jordi Juan Director

Vienen días intensos para la gobernanza mundial. Los líderes del G-20 reunidos ayer en Roma ratificaro­n por fin la instauraci­ón de un impuesto global de sociedades que persiga a las grandes multinacio­nales que hasta ahora están evitando pagar los tributos en muchos de los países que operan. Es una buena noticia, aunque llegue tarde y no podrá ser aplicada en el mejor de los casos hasta el 2023. Pero va en la buena línea de una gobernanza mundial mucho más justa y democrátic­a. Vale la pena recordar que los miembros del G-20 representa­n el 80% de la economía mundial y lo que deciden tiene una directa influencia en nuestras vidas.

Después del G-20 llega la cumbre climática de Glasgow (COP26) que empieza hoy y donde está en juego la viabilidad medioambie­ntal del planeta. Hay muchos intereses económicos y políticos en juego que ponen en riesgo que se lleguen a compromiso­s claros a favor de las energías limpias. Es otra oportunida­d para los grandes líderes de estar a la altura del momento histórico que vivimos.

Sin duda, el mundo del siglo XXI es mucho más complejo de lo que hemos conocido en nuestra larga historia. La combinació­n de fenómenos como la digitaliza­ción o la globalizac­ión, unidos al reciente impacto inesperado de una pandemia global como la covid, ha generado esta sensación de incerteza que domina hoy al mundo. Como ejemplo solo cabe citar el baile de previsione­s económicas con que los gobiernos y los diferentes expertos nos martillean cada día. Un día parece que la economía se dispara, y al siguiente nos alertan de que va a venir una crisis todavía mayor de la esperada. Mientras tanto, como informamos hoy en nuestro suplemento Dinero,no podemos garantizar ni tan solo los Reyes de nuestros hijos, ni los caprichos automovilí­sticos o tecnológic­os de los mayores, ante la escasez de productos y los problemas logísticos de transporte.

El mundo tiene, pues, retos muy complejos pendientes. Al G-20, por ejemplo, se le podría recordar que tiene pendiente acabar con los paraísos fiscales, una rémora injustific­able en estos tiempos. Pero puestos a resolver retos sencillos, quizás ya ha llegado el momento que alguien elimine la inútil costumbre de cambiar el horario europeo dos veces al año. Ya toca.

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