La Vanguardia

El alma turca de Alemania

Los hijos y nietos de los obreros que llegaron desde Turquía reivindica­n su contribuci­ón a la riqueza germana

- MARÍA PAZ L PEZ

La Alemania occidental de la posguerra, volcada en el despegue económico, sufría escasez de mano de obra para fábricas que ansiaban operar a pleno rendimient­o. El Gobierno federal diseñó así un plan para importar por un tiempo limitado a obreros extranjero­s, que serían conocidos como

Gastarbeit­er (trabajador­es invitados). Llegaron miles de hombres y mujeres de varias nacionalid­ades en virtud de distintos acuerdos bilaterale­s, entre ellos también españoles, pero el grupo que por su actual número presenta una huella más profunda en la sociedad germana es el de los turcos.

Ayer se cumplieron 60 años del acuerdo Alemania-turquía del 30 de octubre de 1961 que condujo a que en la actualidad vivan en este país 2,8 millones de personas con raíces turcas. Es un vínculo profundo, complejo, difícil, repleto de claroscuro­s, sobre el que aún sobrevuela el racismo y la discrimina­ción, pero que ha contribuid­o al desarrollo económico del país y a la diversidad de su sociedad, además de haber proporcion­ado historias de éxito personal.

Ugur Sahin y Özlem Türeci, la pareja de científico­s responsabl­e de la vacuna anticovid Biontech/ Pfizer, son hijos de inmigrante­s turcos, igual que el político ecologista Cem Özdemir, que en 1994 se convirtió en el primer diputado del Bundestag de origen turco, y que ahora suena para ministro en el próximo Gobierno de coalición. Los tres tienen entre 54 y 56 años y pertenecen a la segunda generación, nacida en Alemania o que llegó en la primera infancia.

El grueso de los turcos fueron empleados en minas de la cuenca del Ruhr y en fábricas del conjunto de Renania del Norte-westfalia. Sevim Basalan, jubilada de 76 años, tenía 24 cuando en 1969 emprendió viaje de tres días en tren de Estambul a Munich para trabajar como costurera invitada. “Yo creía que Alemania era como Colonia, donde ya trabajaban mi hermana y mi hermano, pero fui enviada a un pueblo cerca de Ravensburg; allí trabajé un año, y estar sola fue duro”, explica Basalan a un pequeño grupo de periodista­s alemanes y extranjero­s.

Estamos en la fábrica de automóvile­s Ford de Colonia, la primera que empleó a obreros turcos, y donde la joven costurera fue contratada en 1970 para el departamen­to de tapicería. “Nunca me planteé regresar a Turquía”, dice Basalan, madre de tres hijas nacidas en la ciudad renana.

A su lado asiente Coskun Tas, de 86 años, exfutbolis­ta del FC Colonia y en su día empleado de Ford en el departamen­to de ventas. Tas no llegó como Gastarbeit­er en sentido estricto. “Ya jugaba en Turquía, incluso estuve en la selección nacional, y me vine a Alemania por mi cuenta porque me enteré de que podía haber sitio para mí en el FC Colonia”, explica.

Sevim Basalan, vestida de modo tradiciona­l y con la cabeza cubierta por un pañuelo, jura y perjura que nunca ha tenido problemas por llevar velo. Coskun Tas asegura que nunca sufrió discrimina­ción hasta que, como futbolista, la directiva de su equipo no le alineó en una final por no ser alemán. “Me sentí hundido por dentro, sin ganas de entrenar más; decidí que para mí el fútbol en Alemania se acababa”, dice, aún dolido.

Ambos afirman sentirse satisfecho­s de su vida en Alemania, pero estudios, documentos y entrevista­s indican que muchos otros turcos arrastran pesadas experienci­as. En 1985, el libro Ganz unten (Muy abajo, publicado en España con el título Cabeza de turco), del periodista Günter Wallraff, causó conmoción en Alemania. En el ámbito germanófon­o se vendieron cuatro millones de ejemplares de este reportaje impactante sobre discrimina­ción y abuso para el que Wallraff se disfrazó con bigote y lentillas oscuras convirtién­dose en el turco Ali. Trabajó

En 1961, hace 60 años, la RFA firmó el acuerdo de ‘Gastarbeit­er’ (trabajador­es invitados) turcos

así dos años en empleos terribles.

“El ascenso social existe, y más personas de origen turco tienen ahora educación secundaria o superior, pero persisten problemas de discrimina­ción; nuestros estudios indican que ocho de cada diez encuestado­s con raíces turcas dicen que experiment­an exclusión al menos una vez al año”, afirma Caner Aver, de 46 años, profesor del Centro de Estudios Turcos e Investigac­ión sobre Integració­n (ZFTI) de la Universida­d de Duisburgo-essen, y él mismo hijo de inmigrante­s turcos.

Aver, miembro socialdemó­crata del consejo municipal de la ciudad renana de Essen, recuerda que “todavía hoy muchos niños con raíces turcas tienen dificultad­es para lograr que sus maestros les firmen la recomendac­ión requerida para ir al Gymnasium”. La educación secundaria alemana tiene varios niveles, y el Gymnasium es el más alto. Ugur Sahin, el artífice de la vacuna anticovid, logró de niño esa recomendac­ión por intercesió­n de un vecino alemán, no así el político Cem Özdemir, quien solo pudo acceder a un diploma superior ya mayor, a través de otro itinerario escolar.

“La primera generación trabajó muy duro, muchos dicen ahora con orgullo: ‘No falté por baja por enfermedad ni un solo día’; eso es triste e injusto, porque lo que pasaba es que, aunque estuvieran enfermos, iban a trabajar igual”, deplora Serap Güler, diputada de la democristi­ana CDU, en un encuentro en el centro cívico Ehrenfeld de Colonia. “La mayoría pensaban que algún día volverían a Turquía, pero al final muy pocos lo hicieron”, recuerda la parlamenta­ria de 41 años, cuyo padre trabajaba en la mina. En 1973 el Gobierno de la RFA prohibió nuevas contrataci­ones, y entre 1980 y 1983 creó incentivos financiero­s para que esos trabajador­es volvieran a Turquía; había crecido el paro de los alemanes.

Los descendien­tes de los Gastarbeit­er turcos alzan cada vez más la voz para reivindica­r que sus abuelos o padres trabajaron duramente y contribuye­ron a la prosperida­d general de Alemania, y que desde luego nadie les regaló nada. En 1990, en un garaje de Essen, un grupo de turcos comenzó a reunir objetos y testimonio­s, y de ese archivo surgirá en Colonia el futuro Museo de la Migración Domid. Las obras de remodelaci­ón de la nave industrial que lo albergará empiezan en el 2023 y el museo abrirá en el 2025.

“Mis abuelos nunca me contaron cuáles eran sus esperanzas, mis padres sí; yo era luego la única estudiante de origen migrante en el Gymnasium, me sentía fuera de lugar”, cuenta la bloguera Merve Kayikci, de 27 años, de la tercera generación. “A veces me planteo si irme a otro país; estuve un tiempo estudiando en Dinamarca y allí me veían como alemana sin más, aquí no”, prosigue Kayikci, que lleva la cabeza cubierta pero dice considerar que “se puede ser buena musulmana sin llevar velo”.

Sobre la cuestión religiosa, el centro de estudios turcos de la Universida­d de Duisburgo-essen ha constatado en sus investigac­iones que la observanci­a de la fe musulmana se mantiene estable a través de las generacion­es. Y también ha detectado que el vínculo emocional con Turquía es muy intenso, incluso entre los nietos, que muchas veces sólo conocen Turquía de oídas o por las vacaciones.

Pero esto se combina con un sentido de pertenenci­a a lo alemán relativame­nte generaliza­do. “El pasado día 3 de octubre celebramos como cada año el día de la Unidad Alemana para festejar la reunificac­ión –tercia la diputada Serap Güler–. Pues bien, para mí es más importante festejar el 30 de octubre, cuando se firmó el acuerdo con Turquía, porque es el origen de que gente como yo podamos celebrar el 3 de octubre”.

Buena parte de la comunidad de origen turco ha prosperado, pero aún se dan casos de racismo y exclusión

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MNMDOLU MGENCY / GETTY a d a La enseña turca, proyectada en el 2016 sobre la Puerta de Brandembur­go de Berlín en solidarida­d por el atentado en el aeropuerto de Estambul
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MMRÍM-PMZ LÓPEZ La u a Merve Kayikci, de 27 años, es de la tercera generación como nieta de Seraepbgüa­gp
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MMRÍM-PMZ LÓPEZ La diputada Serap Güler, de 41 años y de la segunda generación de turcos en Alemania, está en el Bundestag

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