La Vanguardia

Memorias de un intruso

- Joan de Sagarra

El pasado jueves se presentó en la librería +Bernat un curioso libro: Un intrús benvingut, las memorias de Antoni de Moragas. La presentaci­ón corrió a cargo de Victoria Combalía y del colega Santiago Tarín, periodista de esta casa. Como era de esperar, la librería se llenó y entre el público predominab­an las mujeres, lo cual, tratándose de Antoni de Moragas, se me antojó más que comprensib­le.

Las memorias de Antoni de Moragas son un intento, exitoso, de arrancar, de liberar el personaje de la “foscor”, el “mite”, al “casinet”, “al món rònec” de “la meva gent d’argentona”, es decir, del territorio paterno, del Can Moragas de su infancia, en cuya entrada lucía una fotografía del general Franco. Una liberación que no se entiende sin la ayuda de otros “padres”, empezando por el nonagenari­o y ya casi mítico Oriol Bohigas, y de cientos de mujeres en las que el personaje busca, exige aquel beso que, dice, no recuerda que le diese su madre. Unas memorias en las que el joven Antoni de Moragas baila en Las Vegas, aquella boîte (ya no existe) de la calle Aribau, con Catherine Deneuve, para acabar de pareja con Alicia Tomás, vedette y encima torera. Un Antoni de Moragas afrancesad­o, acunado por los “tres monstres” –Brel, Ferré y Brassens–, que lee a Camus y cuando visita París se aloja en un hotelito frente al Sena, en la misma habitación que compartían Jean Seberg y Jean-paul Belmondo en À bout de souffle.

Unas memorias en las que su protagonis­ta nos lleva de los camerinos de los teatros del Paral·lel a los callejones de las plazas de toros, del PSUC de la juventud a la complicida­d con su primo Pasqual Maragall. Las memorias de un arquitecto, como su padre, que confiesa: “Totes les coses que he estimat passaven a l’altre cantó del corredor de la Central. Al pati de lletres”. Las memorias de “un senyor de Barcelona” que se reconoce dos patrias: Roma y Sevilla, que afirma nunca haberse sentido tan “en casa” como en Sevilla. En definitiva, las memorias de un intruso en la Gran Encisera como reza en el título del libro.

Las memorias de Antoni de Moragas deben mucho a las clases que un filósofo –Jordi Ibáñez Fanés, hijo del periodista Manuel Ibáñez Escofet– daba en la Pompeu Fabra y a las que Antoni de Moragas acudía de oyente. Fue Jordi Ibáñez quien le propuso escribir las memorias, memorias que fueron redactadas bajo la cómplice mirada del filósofo. Una vez terminadas, el manuscrito fue enviado a la editorial Anagrama que finalmente lo rechazó. ¿Por qué razón? Lo ignoro, pero bien podría ser porque se temían que el libro no se vendiera. Total, que Moragas lo editó por su cuenta y ahí está (el libro puede adquirirse en la librería +Bernat, de la calle Buenos Aires n.º 6). En mi opinión, el libro, solo por lo que cuenta de aquella Barcelona de su juventud, es tan interesant­e como cuando Cristian Segura habla de los suyos, de esa “gent d’ordre” y puedo asegurarle­s que en el París del joven y no tan joven Moragas –el pasado febrero cumplió ochenta añitos– fácilmente hubiese encontrado quien se lo editase.

¿Es el libro de “un senyor de Barcelona”? Pues no. Barcelona no tiene la presencia ni el trato que se merecería en un libro de tales caracterís­ticas. El pasado jueves, durante la presentaci­ón, alguien le preguntó a Moragas que dijese un lugar de Barcelona que le fuese especialme­nte querido y no se le ocurrió otra cosa que mencionar la plaza de toros Monumental. Todo y la pasión que Moragas siente por los toros, no creo que “un senyor de Barcelona” se hubiese decantado por la Monumental, y más siendo un arquitecto. Otra cosa muy distinta es la Maestranza sevillana, como bien sabe el amigo Antoni. En definitiva, un libro muy personal, escrito por un gran seductor y que nos devuelve una época en la que más de una y uno se reconocerá­n.

PS. Las memorias de Moragas pecan, ay, de algunas inexactitu­des e invencione­s que bien podrían haberse evitado. Me refiero a la tertulia del José Luis (Diagonal-tuset) que Moragas frecuentó y en la que convierte al periodista Sergi Doria en Godia, a John Wilkinson en un australian­o cuando es más irlandés que el mismísimo Brendan Behan, y a un servidor al que atribuye un poder de veto que, dice, ejercí frente a la solicitud de Óscar Tusquets de formar parte de nuestra tertulia, junto a Juan Marsé, Javier Coma, Enrique Vila-matas, Valentí Puig, Luis Feduchi, Enric González, Xano Armenter, Ignacio Vidal-folch… Mentira podrida. Jamás ejercí ningún derecho de veto.

El libro de Moragas ya es interesant­e solo por lo que cuenta de aquella Barcelona de su juventud

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LV Antoni de Moragas (centro) con Santiago Tarín y Victoria Combalía en la presentaci­ón del libro
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