La Vanguardia

Derechos y deberes

- Joan Planellas Arzobispo de Tarragona y primado

La persistent­e pandemia ha obligado a las autoridade­s sanitarias a restringir la movilidad para proteger el derecho a la salud de la colectivid­ad. Esta decisión ha comportado que los ciudadanos vieran recortados derechos considerad­os fundamenta­les con el fin de controlar la transmisió­n de las infeccione­s y cortar las cadenas de contagio. La pandemia parece estar cada vez más bajo control, aunque no del todo, sobre todo por la acción eficaz de las vacunas. Pero aquí no queremos hablar de la pandemia, sino de los derechos y los deberes de los ciudadanos afectados por las restriccio­nes.

En los innumerabl­es debates y opiniones que se han expuesto –con diferente acierto– por parte de personal sanitario, juristas, políticos y otros colectivos, me han sorprendid­o, básicament­e, dos cosas: que se hable solo de derechos y casi nunca de deberes, como si los derechos fueran ilimitados; y que cuando se habla de derechos, solo se hable de los derechos de unos ciudadanos y no de los de todos. Con respecto a los derechos, la sorpresa se convierte en indignació­n cuando se justifica que no se pueden restringir sin un motivo evidente, ya que son el núcleo de la vida política en democracia. Así lo argumentab­a John Stuart Mill cuando decía que los derechos individual­es no pueden ser limitados por nadie de manera arbitraria, ni siquiera por el Estado. Pero eso no significa que no tengan límites, pues él mismo decía que el único límite son los derechos de los otros. Cuando el ejercicio de mis derechos interfiere con el ejercicio de los derechos legítimos de los otros, prevalece el respeto al derecho de los otros frente a mi derecho. Eso es lo que, teóricamen­te, ordena la ley en una sociedad.

Los derechos son la base de la convivenci­a democrátic­a, pero solo son una cara de la moneda. Una sociedad que solo se basa en derechos es una sociedad “unidimensi­onal” y, por lo tanto, desequilib­rada, porque un derecho solo tiene sentido si va acompañado intrínseca­mente de un deber. Si no hay deberes, no hay derechos: esta es la realidad olvidada. Los derechos, por lo tanto, son limitados por definición. Hasta que no asumimos, empezando por los teóricos de la jurisprude­ncia, que los deberes son más importante­s que los derechos, nuestra convivenci­a ciudadana se irá haciendo cada vez más inviable.

Estos meses se ha hablado de no restringir derechos fundamenta­les, en este caso la movilidad y la vida social. ¿Tanto una como la otra son claves para la convivenci­a democrátic­a, pero, no lo son también el descanso y el silencio? ¿Quién protege estos derechos a los que no los pueden disfrutar? ¿O es que es más fundamenta­l el desenfreno decadente de ciertos ambientes nocturnos que el descanso merecido de los ciudadanos responsabl­es? ¿No restringim­os la libertad de movimiento a la calle cuando obligamos a los ciudadanos a observar las normas de circulació­n? Hay muchos déficits en la concepción de nuestras libertades que van en detrimento de la convivenci­a. Una libertad solo es libertad cuando es limitada y respeta las libertades de los otros.

¿Es más importante el desenfreno de ciertos ambientes nocturnos

que el descanso ?

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