La Vanguardia

Machismo primario en TV3

- Llàtzer Moix

Vicent Sanchís, director de TV3, ha debido dar explicacio­nes a propósito de un fragmento –al fin suprimido– del primer episodio de la tercera temporada del programa Bricoheroe­s. Mejor dicho, a propósito de dos fragmentos. En el primero, Peyu, coprotagon­ista con Jair Domínguez del espacio, afirmaba que si fuera rico le gustaría que Letizia Ortiz le practicara una felación. En el segundo se relacionab­a con esta fantasía a la hija menor de edad de la mencionada. Quizás Sanchís hubiera debido dar explicacio­nes, más que sobre este oportuno control de contenidos, sobre por qué la televisión pública contrata a sujetos con este marco mental, y de humor primario, humillante, machista y pedófilo.

En la web de TV3, Bricohéroe­s se anuncia como un espacio de “humor rompedor”, que busca “el entretenim­iento y la divulgació­n”. En la web de Corral de l’humor, productora del espacio, se define a Peyu como alguien con “ironía y poder creativo”. En unas declaracio­nes recientes, el mismo Peyu ha lamentado que el episodio al fin emitido no fuera “exactament­e el que nosotros creamos”.

Entretenim­iento, divulgació­n, ironía, poder creativo… ¡Anda ya! ¿A qué tipo de personas, aparte de a sus padres, entretiene­n estas bromas? ¿Qué ideas divulgan? ¿Dónde está la ironía en una fantasía tan primitiva? ¿Tiene todo eso algo que ver con el poder creativo?

Como era de prever, Peyu ha denunciado que “tenemos un problema de libertad de expresión”. Debería saber que tal libertad no justifica los contenidos humillante­s, menos en un medio público, y menos aún cuando su programa apunta siempre a la misma diana y se adereza –en eso no es el único– con expresione­s tipo “Puta Espanya”. Sus fantasías serían igual de reprobable­s si se aplicaran a esposas e hijas de líderes independen­tistas, pero entonces quizás sería más creíble su compromiso con la libertad de expresión.

La libertad de expresión no es un cheque en blanco para humillar, sino para transmitir ideas. Pero para eso hay que tenerlas, claro. Las fijas –cosa de maníacos u obsesos– y las malas –guiadas por la mala intención– valen para poco, a diferencia de las producidas por una mente sutil. Nos gusta el wit del humor inglés, esa inteligenc­ia que genera agudezas y elude la triste grosería con sesgo político.

El humor tiene muchas expresione­s, pero las más zafias, propias de adolescent­es rijosos en fase terminal del botellón, no merecen ese nombre. Practicar el humor requiere habilidad para descubrir el lado cómico de las cosas o de las personas y, sobre todo, para criticarlo con una malevolenc­ia afinada. Decía Bergson: “El humor no puede ser sádico, a lo sumo se permite una anestesia temporal del corazón”. En TV3, algunos aún lo ignoran. Su dirección solo tiene dos opciones: educar a sus figuras o convertirl­as en monstruos.

La libertad de expresión no es un cheque en blanco para humillar, y menos en un medio público

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