La Vanguardia

Xavi para regresar a Congo

- Xavier Aldekoa

El fútbol, el Barça, siempre ha sido una salida eficaz en mis viajes por África. Cuando la cosa se ponía turbia, bien porque un policía fronterizo se remiraba mi pasaporte, bien porque un guerriller­o rebelde se relamía con mi cartera, bien porque un borracho opinaba que yo era demasiado blanco para su bar, el fútbol, el Barça, me servía para escabullir­me con una sonrisilla inocente. Hablar de Messi tenía el efecto mágico de que la autoridad me devolviera los documentos, el miliciano dejara de salivar o que la barra del bar fuera un lugar de confidenci­as de dos seguidores, ¿qué digo seguidores?, hermanos de Lo Petit.

Desde que Messi se fue al innombrabl­e francés, las charlas fugaces africanas se han vuelto una tortura. En cuanto mi interlocut­or sabe que soy culé, sea policía, guerriller­o o pescador, levanta las cejas y me pide explicacio­nes. ¿Por qué Messi se ha ido del Barça? Yo levanto los hombros, pero no sirve para nada: me piden explicacio­nes, como si yo tuviera la culpa de que todos hubieran puesto la excusa del límite salarial para ahorrarse y ganarse, respectiva­mente, un buen pastón.

Las palabras exactas varían, pero el tono siempre es el mismo. Hace unos días, en Mbandaka, una pequeña ciudad a orillas del río Congo, un chico que trabajaba como conductor de canoas, Jeffrey, lanzó el arpón al enterarse de que yo era culé. “Aaaaaah”, exclamó plañidero y prosiguió sin soltar la mano del motor: “Messi se ha ido al París, ¿eh?”.

Por un segundo pensé en saltar por la borda o hacerme el muerto, pero no tuve más remedio que aceptar la puya. “Sí, algo he oído”, dije.

Al verme cabizbajo, mirando de soslayo al agua plateada del río, Jeffrey, que a esas alturas yo ya intuía que era más merengue que Bernabeu, vio rendija para lanzar la estocada. “Le Barça est fini, eh?”.

Podría haberle dicho que si Pedri no hubiera confundido su primer año con un maratón –ni le hubiera dejado el club–, no habría estado lesionado contra el Madrid o la semana que viene en el partido decisivo en Kíev, que si Memphis metiera goles con su amor propio llevaría más tantos que Vinícius o que si Coutinho no jugara siempre triste le daría de sobras para ser titular en el Espanyol, pero preferí no poner excusas locas a lo Koeman, capaz de mentar la mala suerte después de naufragar en el campo del Rayito.

En lugar de eso, me quedé callado, miré hacia la selva que se abalanzaba sobre nosotros desde la orilla y me imaginé la silueta de Xavi, machete en mano, acudiendo a mi rescate entre la espesura y gritando a pleno pulmón: “Disfrutare­eeeem”.

No apareció nadie, claro, y apenas gruñí un “ya veremos”, que Jeffrey aceptó sin querer hacer más sangre. Ahora, en cuanto el equipo qatarí guste dejarnos a nuestro entrenador, sin prisa, estoy decidido a regresar, buscar a Jeffrey e inflar el pecho cuál palomo culé en celo. “Y ahora quién está fini, ¿eh?”.

Jeffrey, más merengue que Bernabeu, lanzó la estocada: “Le Barça est fini, eh?”

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