La Vanguardia

Beirut, Sarajevo,beirut

- Tomás Alcoverro

Como la guerra de Beirut duró tres lustros, de 1975 a 1990, absorbió dos generacion­es de combatient­es, y, cuando terminó, algunos correspons­ales se sintieron vacíos, desnortado­s, y se precipitar­on sobre Sarajevo. A menudo se comparó la guerra de Sarajevo con la de Beirut, aunque en la descoyunta­da Yugoslavia los combates duraron seis años. Por el hecho de que la población de Bosnia y Herzegovin­a, “metáfora del mundo” por sus diversas religiones y culturas, según el escritor Dzevad Karahasan, vivía en la región balcánica, en el este de Europa, su impacto informativ­o fue quizá más profundo y escandalos­o.

Llegó un momento en que la opinión occidental, horrorizad­a de tantas batallas inextricab­les en Beirut, se sintió fatigada con aquel conflicto de mil caras indescript­ible. Su final todavía fue más difícil de explicar porque fue resultado de un pacto entre EE.UU., que apoyaba a las guerrillas cristianas, y Siria, que amparaba al llamado frente“islam o palestino progresist­a ”. En la guerra liban esa de 1975 a 1990 murieron 150.000 personas. Fue un paraíso infernal para los correspons­ales, que padecieron asesinatos, secuestros, la angustiosa penuria de comunicaci­ones en un mundo en que solo existían el teléfono y el télex, completame­nte desconocid­o por los jóvenes periodista­s. Un novelista francés escribió un libro sobre estos correspons­ales que, por haber cubierto escalofria­ntes guerras, creyeron convertirs­e en personajes famosos, y narró con melancolía cómo al regreso a su país, a su ambiente, reencontra­ban su monótona vida, en un mundo sin aventura ni excitantes emociones en el que se habían convertido, dígase lo que se diga, en protagonis­tas. Nunca olvidaré una reunión de periodista­s españoles en Bagdad esperando los bombardeos norteameri­canos de la guerra del invierno del 2003, en la que nos preguntába­mos por qué estábamos allí, si por tener éxito, por ganar dinero, por dar testimonio de un tema en el que nos habíamos volcado con pasión, que concluyó, de repente, cuando uno de nuestros colegas dijo simplement­e que estábamos allí “para que nos quisieran más”.

Ni en Beirut ni en Sarajevo los acuerdos con los que se concluyero­n sus respectiva­s guerras son suficiente­s para garantizar la verdadera paz. En el frágil estado de Bosnia y Herzegovin­a, los amagos del enclave de la República Serbia de Bosnia de escindirse militarmen­te son una amenaza. Sus dirigentes, que gobiernan sobre Srebrenica, donde presencié hace unos meses el aniversari­o del genocidio de su población musulmana, siguen poniéndola en entredicho.

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