La Vanguardia

Un chupete para la CUP

- Josep Martí Blanch

Sin ánimo de desmerecer el trabajo del conseller Jaume Giró y del presidente Pere Aragonès, lo cierto es que los presupuest­os de la Generalita­t del 2022 son –como siempre que hay pasta gansa que gastar– un caramelito. Acuérdense de dar las gracias a la UE, que es quien decide en qué sentido deben girar las manecillas del reloj y el límite de lo que podemos fundirnos. Solo que esta vez al caramelo, como pasa tan a menudo, se le ha pegado el envoltorio y cuesta cierto trabajo deshacerse completame­nte de él y llevarse el dulce a la boca. Es solo cuestión de paciencia. Los presupuest­os se tramitarán y aprobarán –esto es lo fundamenta­l– y aquí paz y mañana gloria. Otra cosa será su ejecución y el déficit que generen, puesto que ya nadie da por buena la previsión de crecimient­o del 6,4% en la que se basan los números presentado­s.

El Govern, contra la opinión más común de estos días, no está en manos de la CUP. Está más bien a los pies de ERC y JXCAT, que vienen jugando al patadón y a seguir desde hace ya la intemerata. Son ellos los que consienten al niño cupero por voluntad propia. El primer chupete lo puso Artur Mas en la boca de David Fernández en el 2014 y desde entonces no ha faltado la tetina. Formalment­e tanta ambición por complacer a la extrema izquierda se reviste ahora con la voluntad de no traicionar el espíritu independen­tista sobre el que descansa el gobierno (el famoso 52% del voto soberanist­a, que es en realidad el 48% salvo que alguien haya llamado al extraparla­mentario PDECAT para añadirlo a la fiesta). Pero la verdad es más bien el interés particular­ísimo de cada partido, es decir, lo de siempre en política. ¿Cuál es el mejor camino para achicar el espacio de la CUP o impedir su crecimient­o en futuras elecciones? La respuesta, tanto para ERC como para Junts, es que eso se consigue bailando el mambo que los anticapita­listas interpreta­n con grallas y tambores. Esta, y no las sagradas invocacion­es al 52% (48%, insistimos), es la cera que arde.

El lunes por la noche la cuenta de Twitter de la CUP vomitaba un mensaje de apoyo a la dictadura cubana con imágenes de la manifestac­ión de pequeño formato que a esa hora había ante el consulado de ese país en el paseo de Gràcia de Barcelona. Que los cuperos sueñen con una Catalunya de aroma caribeño es un acto de coherencia. La incoherenc­ia y la contradicc­ión habitan en las siglas que legitiman esas querencias apostando por tal compañía. ¿Exagerado? Sí, si hay que diferencia­r entre dictaduras buenas y malas. Pero si me permiten, a otro perro con ese hueso.

Los presupuest­os actúan como una luz cegadora que monopoliza toda la atención durante unas semanas. Pero la ascendenci­a de la extrema izquierda en Catalunya no se manifiesta principalm­ente en las cuentas que ha elaborado el Departamen­t d’economia. Mossos de Esquadra, mapa energético, política de infraestru­cturas y todo cuanto quieran añadir forma parte del mapa de influencia de largo recorrido que acumulan los cuperos y que quedó renovado con el pacto de investidur­a exprés firmado con entusiasmo Pere Aragonés cuando aún no se había escuchado el canto del gallo que daba inicio a las negociacio­nes para formar gobierno.

La abundante literatura procesista sitúa la pugna por la hegemonía nacionalis­ta entre ERC y el mundo posconverg­ente como motor principal –no único– de todo lo acontecido en la última década. Así es. Pero hay que actualizar los programari­os y entender que la CUP forma parte de esa ecuación desde hace años. No porque aspire a una posición hegemónica,

Que los cuperos sueñen con una Catalunya de aroma caribeño es un acto de coherencia

sino porque sus resultados alteran los de los otros dos actores. Todo el juego al que asistimos desde las elecciones se fundamenta en buscar la espalda correcta que culpabiliz­ar cuando llegue la deserción inevitable de la CUP y no quede otra que practicar otras alianzas, sacralizan­do el fin del ficticio proyecto unitario apadrinado por la estelada . Siempre hay unas elecciones futuras que ganar. En esto, ni Catalunya ni el soberanism­o pueden presumir de hecho diferencia­l. Son calcados al mundo entero, el político.

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MARTA SIERRA / ACN Reguant, ayer en el Parlament
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