La Vanguardia

Chalamet, el hombre

- Maricel Chavarría

Parecía imposible pero por fin nos hemos cansado de los cuerpos musculados. Aquellas atrofias que lucía en la pechera Arnold Schwarzene­gger en los ochenta se acabaron convirtien­do en imperativo estético de la masculinid­ad del nuevo milenio. Sin embargo, en cuanto aparece un silfo encantador como Timothée Chalamet, con su morfología juvenil, nos rendimos al goce de nuestra memoria corporal, a la sensación de cuando teníamos veinte y éramos desgarbado­s pero magníficam­ente orgánicos, y nuestras cadenas musculares tiraban de sabiduría intrínseca.

Lo único que había que hacer era pulirnos, estructura­rnos, elongarnos, tonificarn­os con el deporte espontáneo de la propia juventud. Mick Jagger nos enseñó el camino, pero no quisimos verlo: no le des a las pesas más que al yoga. Nos dejamos deslumbrar por los pectorales 007 de Daniel Craig, pero algo nos chocaba. Vivir embutido en la hinchazón perenne de las carnes tiene poco de glamur. Y llegó el enclenque de Chalamet tan masculino y tan casual, tan frágil y rotundo a la vez, con esas extremidad­es infinitas, la mirada profundame­nte lacónica, y esas melenas que ni todos los vientos del desierto de Dune pudieron despeinar. Y se convirtió en el actor de moda.

“Vaya, parece que has puesto musculatur­a”, le toma el pelo el mentor a su personaje de joven guerrero. Es un quiebro del guion, un guiño a la estética imperante. Al fin y al cabo, todo líder aspira a lograr potencia física... pero ¿cómo se ganan las batallas del futuro: por la fuerza o con la capacidad mental de doblegar al rival mientras nos blindamos el aura?

El cine no está preparado para prescindir de lo primero, y aun así recurre a Chalamet como icono del futuro. El neoyorquin­o representa el naturalism­o que no alcanzaron los grunges, la autenticid­ad en la que fracasaron los hipsters, y el mejor flow de los muppies (millennial­s-yuppies). Pero se admiten apuestas sobre lo que tardará en echar músculo para dar vida a un cíborg cachas del posthumani­smo. Entonces recordarem­os estos como los años en que Chalamet nos chalaba.c

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