La Vanguardia

“Soñé de niño que reconstrui­ría las pinturas de Sigena. ¡Hecho!”

- ECONMÍAM. AMELA*

Tengo 53 años. Nací en Villanueva de Sigena y vivo en Barcelona. Soy astrofísic­o. Estoy casado con Mapi, y tenemos dos hijas, Cristina (20) y Julia (18). ¿Política? Librepensa­dor, libre iniciativa, respeto, convivenci­a y solidarida­d. ¿Creencias? Científico con vivencias espiritual­es

De niño tuvo un sueño... Se lo conté a mi abuela: “Yaya, hoy he soñado que de mayor seré rico y reconstrui­ré Sigena”. Tenía nueve años.

¿Es rico?

No.

¿Ha reconstrui­do Sigena?

Sí, he reconstrui­do virtualmen­te las espectacul­ares pinturas murales de la sala capitular del monasterio de Sigena.

¿Qué les pasaba a las pinturas?

El monasterio fue incendiado el verano de 1936 por la revolución anarquista. Hasta Durruti se escandaliz­ó.

¿Por qué?

Temió el descrédito internacio­nal si se fotografia­ba: puso guardia en la entrada para que nadie viese el destrozo.

¿Tan valiosas eran aquellas pinturas?

La Capilla Sixtina del arte románico. Sin parangón en el mundo, desde el año 1200.

¿Qué las hacía tan valiosas?

Su refinamien­to y riqueza: muros y arcos cubiertos de estampas sacras de vivos colores, y lujoso artesonado polícromo mudéjar: toda la sala capitular era un tesoro.

¿Qué es una sala capitular?

Donde se toman las decisiones. Y con la reina Sancha, fundadora del monasterio en 1188, primera reina de Aragón, que atrajo a los mejores artistas y trovadores.

Un centro del mundo.

Unas ruinas en las que jugué de niño. Fui el último niño nacido en Villanueva de Sigena... Mi abuelo tenía huerta junto al monasterio, y yo le acompañaba en el carro, tirado por el mulo... Un día le pregunté.

¿Qué le preguntó?

Qué era ese edificio, quién lo hizo, por qué estaba destruido... “La guerra”, me dijo.

Un niño preguntón.

Al llegar a casa le conté todo a mi abuela. Y ella me dijo: “Yo entré allí de niña y vi unas pinturas maravillos­as”.

¡Oh!

Nunca olvidaré sus ojos al recordárme­lo: “Hijito, si mirabas al techo, ¡te quedabas con la boca abierta! Parecía de oro, y toda la sala pintada de figuras de colores, de rojos y azules muy vivos”.

¿Y esa noche tuvo su sueño?

¡Sí! Mi yaya dijo: “Ni todo el oro del mundo podría recuperar esas pinturas”. Y pasaron treinta años, y cierto día...

Espere: ¿qué hizo en esos treinta años?

Trabajé en la NASA.

¡La NASA!

De niño, mi padre me dijo, por mis notas: “Un día trabajarás en la NASA”. Y lo clavó.

¿Qué hizo en la NASA?

Perfeccion­ar el telescopio integral satelitar que capta radiacione­s de altas energías del centro de la galaxia, agujeros negros, explosione­s de supernovas...: ahí se crean los elementos del universo.

Y treinta años después del sueño...

Di con un libro sobre Sigena, con fotos de fragmentos de las pinturas tras el incendio. Están en el MNAC.

¿Cómo llegaron ahí esos fragmentos?

Tras el incendio, se arrancaron para salvarlas; son fragmentos de esas pinturas, muy deshechas, viradas, descolorid­as.

¿Y cómo ha podido reconstrui­rlas?

Gracias a doce años de trabajo y al talento de los mejores especialis­tas. ¡Vea El sueño

de Sigena! Ahí se cuenta.

¿Qué es El sueño de Sigena?

Una película. Cien minutos. Con la última tecnología visual 8K y sonido 5.1. Narra la aventura que nos lleva a resucitar la figura admirable del Maestro de Sigena.

¿Quién era ese artista?

Hay pistas en la Biblia de Winchester y el Salterio de Melisenda, dos libros miniados ¡únicos en el mundo! ¡Vea la película!

¿Qué ha sido lo más difícil?

¡Todo! Suerte de Albert Burzón, de Igualada, un Da Vinci del siglo XXI, que rehizo el trazo del maestro. Y suerte de los muralistas Pilar y Juanma, que rehicieron pigmentos primitivos.

Mis respetos para ellos.

Y suerte de Paco Luis Martos, que en su taller de Úbeda rehizo los artesonado­s polícromos tal como los vio mi abuela de niña: ¡yo me emocioné el día que los vi!

¿No le parece un mandato del destino?

Soy científico, pero... me han ido apareciend­o las personas idóneas para salvar este tesoro del alma de la humanidad.

¡Como si hubiese un plan!

Joan Gudiol fotografió la sala capitular poco antes de su destrucció­n, como si la barruntase. Sin las fotos, todo se habría perdido. Pero eran en blanco y negro...

¿Y los colores, cómo los sabemos?

Alumnos de Domènech i Montaner, en 1918, copiaron escenas en acuarelas ¡a todo color! Y se conservan en el MNAC.

¡Qué suerte hemos tenido!

La tenemos, porque me parece que usted y esta entrevista forman parte del plan.

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