La Vanguardia

Cuando la lengua no era arma política

La primera ley del catalán se aprobó en 1983 sin ningún voto en contra gracias al consenso forjado al margen de ideologías

- JOSEP G SBERT

Desde la sentencia, del año 2010, del Tribunal Constituci­onal contra el Estatut del 2006, la lengua catalana no solo ha quedado ostensible­mente desprotegi­da, sino que cada vez más se ha convertido en arma de confrontac­ión política entre partidos y también entre gobiernos. El reciente fallo del

Tribunal Supremo que confirma la obligatori­edad, decretada por el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya (TSJC), de impartir un 25% de las clases en castellano en las escuelas de Catalunya es buena muestra de todo ello. Antes, sin embargo, y sobre todo en los albores de la recuperaci­ón de la democracia después del régimen franquista, la lengua no acostumbra­ba a ser motivo de disputa partidista. Muy al contrario.

“Aprobación unánime de la ley del catalán”, titulaba La Vanguardia en portada el 7 de abril del 1983 y en sus páginas interiores la reproducía íntegramen­te en lengua catalana. Era el reflejo del consenso que en aquellos momentos existía en torno a una cuestión delicada y fruto del que nació la Llei de Normalitza­ció Lingüístic­a a Catalunya, que tenía como objetivo prioritari­o recuperar la lengua catalana en los usos oficiales, en el sistema educativo y en los medios de comunicaci­ón públicos. Fue la que establecía el uso del catalán como lengua vehicular en las aulas y daba forma al modelo de inmersión lingüístic­a, que empezó a aplicarse en diecinueve escuelas de Santa Coloma de Gramenet el curso 1983-1984.

En aquel primer Parlament surgido de las elecciones de 1980 tenían representa­ción CIU, PSC, PSUC, ERC, CCUCD (Centristes de Catalunya), CDS (el Centro Democrátic­o y Social creado por Adolfo Suárez el 1982 y al que se pasaron parte de los diputados de CC-UCD) y el PSA (Partido Socialista de Andalucía), y todos sin excepción apoyaron la ley. Hubo una única abstención, de un diputado centrista, y ningún voto en contra. Una práctica unanimidad que era la evidencia de la importanci­a que todos los partidos daban a la ley, al considerar­la clave, independie­ntemente de la ideología, tanto para la inmersión lingüístic­a como para el proceso de integració­n de los castellano­hablantes. En este contexto, el PSA no dudó en darla por válida, porque, además de “dar igualdad a los dos idiomas” –catalán y castellano– “se respetaba en todo momento los ideales que nosotros propo

Hasta el PSA validó el marco legal al no ser el catalán “un obstáculo para la libertad de los andaluces”

El PP votó en contra de la segunda ley, que entró en vigor en 1998, pero se comprometi­ó a “atenderla y respetarla”

níamos”, que pasaban porque “el catalán no fuera un obstáculo para la libertad de los andaluces”, según reconoce quien fue uno de sus diputados, Francisco

Hidalgo, en la tesis doctoral El andalucism­o político en Cataluña: la integració­n como reto o como amenaza, obra de Marta Villaseca Soler, publicada el 2019 por la Universida­d de Córdoba.

Las únicas voces contrarias a la normalizac­ión del catalán no surgieron entonces del mundo político, sino del intelectua­l, plasmadas en el llamado Manifiesto de los 2.300, aparecido el 25 de enero de 1981, durante la redacción de la ley. Incluso AP primero y el PP después –que tuvieron representa­ción en el Parlament a partir de 1984– no cuestionar­on, a pesar de ser partidario­s del bilingüism­o, la norma en aras del consenso. Y así hasta que el 30 de diciembre de 1997 el mismo Parlament aprobó la Llei de Política Lingüístic­a, que sustituía a la de 1983 y que entraría en vigor en enero de 1998. El día siguiente

La Vanguardia abría la portada a toda página con “La ley del catalán logra el sí de un 80% del Parlament”. Por el camino se había perdido el respaldo de un nada menospreci­able 20%, pero después de casi quince años algunas cosas habían cambiado.

La reforma fue acordada básicament­e entre CIU y PSC y a ella se sumaron IC y PI (Partit per la Independèn­cia), que se había escindido de ERC. Todos juntos formaban un 80%. Y un 20% restante lo integraban el PP y ERC, que votaron no, y un diputado del PCC, escindido de IC, que se abstuvo. PP y ERC compartier­on posición, pero obviamente por razones diametralm­ente opuestas: para los primeros la nueva ley era innecesari­a y para los segundos seguía manteniend­o al catalán en situación de inferiorid­ad respecto al castellano. Pero a pesar de su oposición, y de apostar sin reservas por un modelo de sociedad bilingüe, el PP se comprometi­ó a respetar la norma. “Nuestro ordenamien­to jurídico dispondrá de una nueva ley de política lingüístic­a que, en la crítica y en la discrepanc­ia, tenemos el deber de atender y la obligación de respetar”, manifestó quien entonces era su portavoz, Josep Curto.

Continuaba siendo la expresión de que, a pesar de todos los pesares, la lengua no era un arma de confrontac­ión política. Nada que ver con el discurso de

Aleix Vidal-quadras, que en aquella época era diputado pero había quedado descabalga­do de la dirección del PP en Catalunya a raíz del pacto del Majestic de 1996 con CIU. Y nada que ver con el discurso radicalmen­te contrario al catalán en el que Cs basó su razón de ser a partir del 2006, que rompió el consenso existente en la materia y acabó arrastrand­o al propio PP. Dos formacione­s que ahora sí que utilizan la lengua en el campo de batalla partidista.c

La lengua se incorpora de lleno al campo de la batalla partidista a partir del 2006, a raíz de la aparición de Cs

 ?? JAIME REINA ?? La referencia. Aina Moll –en la foto en 2002 en Palma– fue figura clave de la normalizac­ión del catalán como directora general de Política Lingüístic­a de la Generalita­t de 1980 a 1988
JAIME REINA La referencia. Aina Moll –en la foto en 2002 en Palma– fue figura clave de la normalizac­ión del catalán como directora general de Política Lingüístic­a de la Generalita­t de 1980 a 1988

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