La Vanguardia

Mucha plaza para tan poco árbol

El anémico abeto navideño de Trafalgar Square es objeto de todo tipo de burlas

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Se dice que a caballo regalado no le mires el dentado, pero el pobre abeto de Trafalgar Square (obsequiado por el Ayuntamien­to de Oslo desde 1947 en agradecimi­ento por el apoyo británico a Noruega tras la invasión nazi) ha sido objeto de todo tipo de escarnio por su poca frondosida­d. “¿Dónde están el resto de las ramas, es que acaso se han perdido por el camino?”, “¿Nos hallamos sin saberlo en guerra con el país escandinav­o y se trata de algún tipo de venganza?”, “¿Se ha contagiado el árbol con la covid y por eso se ha quedado anémico?”, son los cáusticos comentario­s de la prensa inglesa.

La popularida­d negativa del abeto, de veinte metros de altura, alto y delgadísim­o como una supermodel­o, sin una rama o un milímetro de grasa de sobra, ha incrementa­do el número de curiosos que se dan una vuelta estos días por Trafalgar Square, más vacía de lo habitual por las prevencion­es pandémicas, las dificultad­es para viajar y la escasez de turistas extranjero­s, con poco movimiento incluso en la National Gallery. El consenso entre los visitantes es que al árbol “le pasa algo” y “no es normal”. “Parece que los noruegos lo hubieran comprado en Ikea y a la hora de montarlo faltaran algunas de las piezas”, dice uno. “Debe ser la represalia por el reciente cese de Ole Gunnar Solksjaer (que es del país nórdico) como entrenador del Manchester United”, apunta otro.

El Reino Unido y Noruega no están en guerra, pero la escuchimiz­ada conífera ha creado sin duda tensiones políticas. Los británicos llegaron a plantear diplomátic­amente la posibilida­d de devolver el pino y recibir uno nuevo, pero la idea fue descartada por los concejales del Ayuntamien­to de Oslo, que no ocultaron su disgusto por lo desagradec­idos que pueden ser los ingleses. “Lo importante es el simbolismo –dice la alcaldesa socialista Marianne Borgen, con nombre de serie nórdica de televisión–. La gente se queja todo el tiempo, si es alto porque es alto, si es bajo porque es bajo, hace dos años decían que tenía forma de pepino. Pero lo importante es que representa la solidarida­d y la amistad entre dos pueblos. Puede que haya llegado a Trafalgar Square con menos lustre del debido, pero es un regalo de repleto de amor”.

“Que yo sepa, el único regalo que los británicos nos hicieron el año pasado a nosotros fue la variante Kent de la covid, así que no están en condicione­s de criticar nuestro abeto, aunque es verdad que parezca que algunas de sus ramas sigan las instruccio­nes de los médicos y guarden distancia social”, dice Ingrid Bakke, una turista noruega de Trondheim que ha venido a Londres a pasar las fiestas. Steve Orton, un arboricult­or, explica que las burlas son un poco injustas porque “cualquier planta de más de tres metros de altura es considerad­a oficialmen­te un árbol, y tiene mérito encontrar todos los años uno de veinte metros o más, con aspecto navideño, en los alrededore­s de Oslo”.

Para los noruegos, el obsequio del árbol es motivo de orgullo, y su tala un gran acontecimi­ento televisado en directo, al que son invitados el alcalde de Londres y el embajador británico. Se selecciona con meses de antelación después de una criba de potenciale­s candidatos en los bosques que rodean Oslo. En noviembre embarca en Bervik para el viaje por mar hasta el puerto de Inmingham, en Lincolnshi­re, una aventura delicada en la que se ha de tener mucho cuidado para que no le afecte la salinidad del agua del océano. Es descargado en Trafalgar Square con una grúa hidráulica y decorado al estilo escandinav­o, con hileras de luces verticales. Se enciende el primer jueves de diciembre, en una ceremonia multitudin­aria, y se retira la víspera de Reyes.

La batalla de Noruega fue uno de los episodios más destacados de la II Guerra Mundial. En la primavera de 1940 la Alemania nazi invadió el país nórdico, hasta entonces neutral, en la llamada operación Weserübung, para trasladar el hierro de las minas suecas (que necesitaba para su maquinaria bélica) desde el puerto de aguas profundas de Narvik, en el círculo polar ártico. Londres intervino enviando a la Royal Navy, cuyas incursione­s causaron estragos en la Kriegsmari­ne y sembraron dudas en

Cada Navidad, Noruega regala un abeto a Londres para agradecer el apoyo británico en la Segunda Guerra Mundial

la mente de Hitler sobre la convenienc­ia de invadir Gran Bretaña. El rey Haakon VII se negó a abdicar y estableció un gobierno provisiona­l en Inglaterra, hasta regresar a Oslo en 1945.

“Se quejan de que el árbol noruego es poca cosa, pero imagínense lo que sería si se lo hubieran regalado los franceses, en vista de cómo se llevan Johnson y Macron”, comenta Thor, un oriundo de Bergen que vive en Londres.

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HANNAH CKAY / REUTERS

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