La Vanguardia

Así identifica­ron al presunto violador de Igualada

Las imágenes con los seguimient­os del joven terminaron de delatarle

- MAYKA NAVARRO Igualada

El jueves 24 de febrero, a las 13.21 horas, 115 días después de la violación e intento de asesinato de una menor en Igualada, los Mossos d’esquadra pusieron nombre y apellidos al sospechoso que solo un mes antes habían localizado entre un grupo de jóvenes que aquella madrugada de Halloween dañaron las lunas de un par de coches.

Contado así parece fácil. Pero la lectura de parte del sumario de la investigac­ión realizada por la Unidad Central de Agresiones Sexuales (UCAS) de la policía catalana revela un trabajo minucioso y especialme­nte laborioso en el que los investigad­ores se implicaron con pasión para poner nombre y apellidos al sospechoso al que grabaron algunas cámaras de seguridad del polígono antes y después de la salvaje agresión.

Las primeras semanas se dedicaron a descartar opciones. Miraron coartadas y hasta balizaron, siguieron e intervinie­ron las comunicaci­ones de un sospechoso que terminaron descartand­o. Ese descarte coincidió con otro hallazgo. Porque en esta investigac­ión, mientras un grupo de policías seguía una línea, otros contemplab­an otras opciones.

La madrugada del suceso un vecino de Igualada grabó con su teléfono a un grupo de jóvenes, diez chicos y una chica, saltando sobre unos coches estacionad­os junto a la discoteca Epic. Esa grabación la aportaron a los Mossos en la denuncia que interpusie­ron en la comisaría de Igualada por los daños en el vehículo, al que rompieron la luna porque saltaron encima.

La UCAS analizó todos los incidentes ocurridos aquella madrugada en los alrededore­s de la discoteca y en toda Igualada. Y encontraro­n la denuncia por los daños en los coches y, lo más importante, el vídeo que la acompañaba. Visionaron las imágenes y del grupo de once les llamó la atención uno, alejado del resto, que al descubrir que les grababan se cubrió la cabeza con la capucha de una sudadera azul.

La imagen era borrosa pero les permitió relacionar­la con las que ya tenían del autor de la agresión y que habían captado las cámaras de seguridad. La misma complexión, zapatillas, color de las prendas y rubio. A cada uno de los integrante­s de ese grupo de jóvenes, UCAS le identificó con un número. Uno a uno les identifica­ron a todos con el único fin de poner nombre al que realmente les interesaba, el número 11.

Durante semanas, los investigad­ores, de acuerdo con el juez y el fiscal, siguieron, vigilaron e intervinie­ron los teléfonos de todo el grupo a medida que se iban identifica­ndo. Les citaron con la excusa de la denuncia por los coches y les insistiero­n en conocer detalles de ese joven número 11 al que casi todos habían visto aquel día por primera vez.

El desconocid­o para casi todos llegó acompañado de un menor de 15 años, Y. M. F., y se unió al resto en la estación de Igualada. Casi todos recordaban que apareció con una mochila negra llena de botellas de alcohol y vasos. Y que el menor lo presentó al resto como un buen chaval que había tenido problemas con el alcohol. Ninguno de los interrogad­os acertaron a dar con su nombre.

Los policías se centraron entonces en el teléfono del amigo de su sospechoso y analizaron las llamadas que hizo aquella madrugada. Se fijaron en un número con el que interactuó una decena de veces y que estaba posicionad­o en los alrededore­s de la discoteca Epic durante la agresión.

El teléfono correspond­ía a una persona jurídica, una empresa dedicada al sector de las telecomuni­caciones con sede en Cartagena, Murcia. Los investigad­ores solicitaro­n por e-mail la identidad del trabajador y la responsabl­e de compras no tardó ni 24 horas en responder: Brian Raimundo Céspedes Mendieta. Sus jefes lo ubicaron en un domicilio anterior, en Gualba, pero los Mossos no tardaron en saber que se había empadronad­o en el número 13 de la calle Sant Sebastià de Igualada donde vivía con su perro. Desde entonces no le perdieron de vista.

Le fotografia­ron y compararon las nuevas imágenes con las que tenían de la madrugada de la agresión. Supieron de sus antecedent­es por violar a su hermana, y confeccion­aron un perfil criminal con los datos que aportó una pareja que lo denunció por malos tratos y su madre que lo echó de casa.

La madrugada de su detención los Mossos estaban convencido­s de que estaban frente al hombre al que habían buscado sin descanso, a pesar de que ya sabían que no aparecía su ADN en los restos hallados en la víctima. Ella sí dejó su rastro en la americana que él llevaba esa madrugada; una prueba que le terminó de acorralar.c

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