La Vanguardia

Los políticos no son de fiar

- Susana Quadrado

El caso Pegasus dispara la desafecció­n social hacia la política y una sensación de tomadura de pelo

Por qué los políticos se han vuelto tan insoportab­les y tan poco de fiar? Lo presento a modo de “pregunta de investigac­ión”, que diría un académico. Me refiero, como imaginarán, al caso Pegasus. Pero no solo.

Para los que en algún momento creímos posible que la política y sus inquilinos recuperara­n el sosiego, esta historia de espías que son un poco zotes y de espiados que salen hasta de debajo de las piedras nos trae otro gran chasco. La esperanza de que desapareci­era la parte de Mister Hyde que hay detrás de cada cargo público y retornara el más apacible Doctor Jekyll se desvanece mientras unos mandan a otros a la mierda, tal cual, e incluso hacen un hashtag con eso. Volvemos a estar –si es que hemos llegado a salir de ahí– en la política piñata: a ver a quién sacamos esta mañana a la platea y apaleamos. Esta cosa del odio. Esta cosa de hacer ruido.

Escribía Fernando Ónega el miércoles en este diario que a él le embargaba la tristura. Y a quién no, don Fernando. “Ni como personas ni como contribuye­ntes merecemos este juego de astucias en el que están implicados dirigentes de máximo nivel, líderes que se sienten oprimidos, estrategas del egoísmo que aprovechan las noticias para convertirs­e en víctimas y una cantidad incierta de ciudadanos que se consideran manipulado­s”. Suscribo al cien por cien. Se entiende la desafecció­n y una sensación cada vez mayor de que nos están tomando el pelo.

Lo de tender puentes se les ha olvidado a sus señorías pero también a unos cuantos periodista­s. Y llega el caso Pegasus y azuza lo peor de la política: su futbolizac­ión. La política se convierte en un Madrid-barça perpetuo, en una noche electoral interminab­le mientras acucian los problemas de a pie sin resolver. ¿Hay alguien gobernando? De un tiempo a esta parte todo se hace para la prensa. Las intervenci­ones no están pensadas para soltar argumentos y convencer sino para sacar el titular. Se trata de que el ciudadano se haga ideas en base a frases cortas, que no están analizadas, que no profundice, y que eso le lleve a razonamien­tos cortos. Como en el fútbol: yo soy de mi equipo, me importa un bledo lo que haga, bien o mal. Lloras si baja a Segunda, ese día te vas a dormir y te dices “no vuelvo a ver un partido más, no tengo por qué irme así de triste”. Y al día siguiente te levantas y piensas que, bueno, igual en Segunda no se vive tan mal…

Algo similar ha pasado con la política, la fe ciega a la razón, y vivimos con las redes sociales, su máxima expresión. Los votantes se transforma­n en Parece que no puedas llevarte bien con alguien que no tenga tu ideología o que no vote igual. Hay quien piensa así, y me pregunto qué narices tendrá que ver. Han conseguido –y esto es un reconocimi­ento al poder y no solo al político– que cuaje la idea de las dos Españas, donde una no quiere ver a la otra. Y no hay una, sino dos, tres, cuatro. Lo más triste, don Fernando, es que muchos ciudadanos lo han comprado y aceptado. Tristura, mucha tristura.

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