La Vanguardia

Cosas del ADN

- Carlos Zanón

En una de las campañas que Alejandro Magno libró en Asia Menor, saltó a una almena en lo alto de un torreón. En teoría, debían acompañarl­e algunos de sus mejores soldados, pero la lanzadera que los había ayudado a escalar la muralla se separó de ésta y no fue así. Es decir, Alejandro Magno, se quedó solo en el torreón. Miró hacia atrás y pudo comprobarl­o. Estar solo en medio de una batalla no es, a priori, algo negativo a menos que delante de ti tengas a una docena de enemigos, con espadas, escudos, arcos y flechas, como era el caso. Alejandro pudo haber huido y tratar de regresar a la lanzadera pero no lo hizo. Alejandro Magno estaba a esas alturas de su joven vida convencido que descendía de la unión de un dios y una humana y que era inmortal. Pruebas de ello había tenido. Hasta el momento, era el primero en el combate y apenas había sido herido o magullado. Alejandro, que solo contaba con su armadura y una espada, decide acabar él solo el trabajo que le había llevado hasta esa almena. Así que, mientras sus hombres tratan de acercar la lanzadera al torreón, Alejandro siempre parecía tener prisa por estar en otro sitio y se dirige hacia los enemigos. Él solito con su camisita y su canesú. Y entonces, sucede el prodigio: sus adversario­s conocían lo que se decía de aquel tipo. Que era invencible, que no se le podía matar ni herir. Y cuando se dan cuenta de que él –1– se enfrenta a ellos –12– piensan dos cosas: está loco o, en efecto, aquel tipo es inmortal. Y de hecho, lo era no porque lo fuera –fue envenenado pocos años después– sino porque él creía que lo era y eso hacía que los otros se lo creyeran.

Uno de los doce, un arquero, decidió que él no se creía esas patrañas así que tensó su arco y lanzó con puntería una

Alejandro Magno creía que era inmortal y eso hacía que los otros se lo creyeran

de sus flechas que dio en el objetivo. Alejandro fue herido. En una pierna. Pero no se detuvo. Se sacó la flecha y siguió andando hacia ellos. Eso fue ya demasiado. Aquel tipo era un dios. O se creía un dios, lo que para lo que allí se estaba dilucidand­o, era lo mismo. Así que los doce contrincan­tes giraron sobre sus talones y huyeron gritando que aquel tipo era un dios indestruct­ible. Cuando los soldados de Alejandro Magno llegaron hasta él, el torreón estaba ganado y Macedonia en la final de la Champions.

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