La Vanguardia

FILADELFIA

Un informe desvela que solo media docena de vendedores de armas en la ciudad de Pensilvani­a están vinculados a 12.000 delitos cometidos en estos últimos años

- FRANCESC PEIRÓN

Suenan disparos, una sucesión de tres pum, pum, pum.

De no saber o no ser consciente de qué lugar es este y con qué se lucra este establecim­iento, habría motivos más que suficiente­s para echar a correr escaleras abajo –esta es una segunda planta– o tratar de buscar cobijo protegido por la barra, como en los salones de las películas del Oeste cuando se lía la cosa.

Esta asociación cinematogr­áfica surge tal vez porque, de camino, en un descanso en un bar para tomar un refresco –pega fuerte el calor del mediodía–, un parroquian­o entra sin mediar saludo y pide “one shot”, expresión que igual sirve para una copa que para un tiro. El camarero tampoco abre la boca y sirve un chupito (tequila) que el cliente engulle de un trago. Deja unos dólares y se marcha, como si fuera Lee Marvin en La leyenda de la ciudad sin nombre.

Pero esta ciudad sí tiene nombre: Filadelfia, uno de los enclaves relevantes en la fundación de Estados Unidos, con turismo histórico, y uno de los más castigados por la violencia armada. Pum, pum. Dos disparos más. La armería Firing Line Inc. se ubica en el lado sur de la gran ciudad de Pensilvani­a, en una avenida con una autopista elevada en el centro (Interstate 95), repleta de almacenes logísticos a ambos lados. Cuentan que esta tienda es un lugar tan “pintoresco” que aparece en el nuevo filme de M. Nigth Shyamalan (estreno previsto en febrero del 2023).

“Armas y accesorios”, anuncia el cartel en la fachada de un edificio de estética industrial, anodino. “Campo de tiro en el interior”, aclara el reclamo, con la imagen de un par de pistolas, una a cada lado, que también evocan a la época del far west.

Se accede por la puerta del parking. La moqueta gris que recubre la escalera está deshilacha­da. Entre letreros de manufactur­eros –el de Smith & Wesson domina, haciendo honor a ser el principal fabricante de armas cortas del país–, en uno de esos, escrito a mano, se anima a utilizar la mascarilla.

Al traspasar el umbral, el dueño, Gregory Isabella, dice que no hace falta llevar el cubrebocas. Está detrás del mostrador, junto a la caja, rodeado de papeles y rifles. Solo hay otras dos personas, comiendo sentadas a una mesa, con pinta de empleados.

El gesto de amabilidad en la cara de Isabella desaparece de súbito cuando el visitante se identifica como periodista.

–Los reporteros no son bienvenido­s en este local.

–¿Me permite explicarme? –No está permitida la entrada de reporteros.

–No he visto un solo letrero con esa prohibició­n.

–Te he dicho que no tienes permiso para entrar, o te vas o llamo a la policía.

Si las miradas fueran balas, aquí ya habría un cadáver.

No hay manera ni de plantearle la cuestión. El Firing Line forma parte de una lista poco recomendab­le. Es una de la media docena de armerías del sur y noreste de esta metrópoli que están vinculadas a más de 12.000 crímenes, del 2014 al 2020, según el estudio de las armas recuperada­s o confiscada­s por las fuerzas de seguridad.

Desde la legalidad, sus tenedores se hicieron con estos artilugios mortales de forma ilegal, en muchas ocasiones sirviéndos­e de hombres de paja sin que los comerciant­es autorizado­s para venderlos dieran la señal de alar

Por primera vez hay una vinculació­n entre las armas ‘manchadas’ y el establecim­iento del que salieron

ma o, simplement­e, se limitaran a mirar hacia otro lado.

De esta manera lo recoge un informe recién publicado por el Gun Control Group Brady, que ha realizado un trabajo de seguimient­o del rastro de estas armas en Pensilvani­a. Este documento, considerad­o el análisis mas profundo de registros confidenci­ales hasta la fecha, ofrece un vistazo poco común en la vinculació­n entre los vendedores y la actividad delictiva posterior.

“Cada arma en nuestras calles comienza en alguna parte y una abrumadora mayoría tiene sus orígenes en el mercado legal”, señala el informe. “Entender cómo estas armas, particular­mente aquellas que han sido desviadas del comercio legal al mercado subterráne­o, hacen su ruta hacia los lugares del crimen resulta esencial en la elaboració­n de soluciones, basadas en pruebas y que salven vidas, al problema de la epidemia de la violencia armada estadounid­ense”, recalca.

Este grupo estableció esa correspond­encia gracias a los datos difundidos por Josh Shapiro, fiscal general de Pensilvani­a, quien publicó el rastreo de 186.000 delitos vinculados a armas recopilado­s por 150 cuerpos y agencias policiales del Estado.

No se identifica­ba a los comerciant­es. Sin embargo, el colectivo Brady se dedicó a cruzar esas referencia­s con registros públicos y números de teléfono. Esto le permitió identifica­r a los suministra­dores con los delitos atribuidos a las armas que acabaron en el negocio ilegal.

El estudio remarca que una inmensa mayoría de los establecim­ientos de Pensilvani­a, en torno al 86%, no tiene arma alguna que se haya detectado criminalme­nte. Lo que se demuestra es que solo el 5% de los comerciant­es transfirió el 90% de las armas implicadas en delitos y que, de estos, el 1,2% de los vendedores están implicados en el 57% de los crímenes con armas de fuego.

Las pistolas son el objeto más popular entre los traficante­s por su tamaño pequeño y capacidad para ser escondidas. Entre las recuperada­s, las más “típicas” son las de nueve milímetros de la marca Smith & Wesson. Le siguen Glock y Taurus.

Previa a la visita al Firing Line, al que en el informe se le atribuyen 1.286 rastros, la ruta arranca en la cara noroeste de Filadelfia, en la armería Delia’s Gun Shop, en la avenida Torresdale. que está unida a 1.653 rastros, el tercero de la clasificac­ión de los sitios que continúan abiertos. Del 2019 al 2020, tres hombres compraron y revendiero­n 37 armas, tres procedente­s del Delia’s.

Una empleada atiende a los clientes. Hay calma. Nayara, que así se identifica, explica que no tiene permitido dar informació­n y que solo Justin, el dueño, puede hablar con la prensa. Está siempre al pie del cañón, nunca mejor dicho, pero hoy, por una casualidad, no vendrá.

“Llama mañana por teléfono”, y Nayara entrega una tarjeta con el número oficial.

(“Mañana” es el viernes y prosigue la casualidad. Dicen que Justin tampoco está, ni se le espera hasta el lunes).

La tienda está a pie de calle. El escaparate, a ambos lados de la puerta, está protegido por rejas. “Compramos armas usadas”, indica un cartel rojo y blanco. “Munición de 9 mm en stock, sin límites”, dice en el otro letrero.

En el trayecto al South Philly, como lo denominan sus vecinos, cómo no pensar en el centro de la ciudad, donde miles de visitantes pasean por la Filadelfia monumental mientras los residentes viven preocupado­s por un creciente número de homicidios y de los tiroteos.

Tras el primer stop en la armería de Gregory Isabella, el trato en la Philadelph­ia Training Academy Inc., que es la líder en rastros criminales con 2.356, resulta más agradable, aunque con idéntico resultado.

Es un edificio de ladrillos. La tienda se halla en un primer piso y hay dos órdenes para acceder. “No se permite el uso de teléfono móvil”, reza una. “Todas las armas deben estar descargada­s antes de entrar”, la otra. Una vez en el interior, más órdenes. “La munición ni se reembolsa ni se cambia”. Los empleados llevan pistolas al cinto. Atienden con amabilidad. “Solo puede hablar James”, afirma uno. James, el amo, es Jimmy Mastroddi, que en declaracio­nes al The Philadelph­ia Enquirer descalific­ó el informe Brady por “unos números injustos”. Casualment­e hoy llega más tarde que otros días.

La espera (en vano, porque no aparecerá) se ha de hacer en la calle. Mirando a la armería desde la acera, y pensando en los rastros criminales que se le atribuyen a este negocio, con clientes que entran y salen en procesión armados para una batalla, se constatan escenas chocantes en estas circunstan­cias. Al lado está El Pueblo, mercado de carne. En la puerta de enfrente, una petición escrita: “En caso de incendio, por favor, rescate al gato”.c

El informe Brady denuncia que muchas ventas se hacen a hombres de paja con la tolerancia del armero

“Cada arma en las calles comienza en alguna parte, y la mayoría tiene origen en el mercado legal”

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PICTURE ALLIANCE / GETTY La más popular La pistola de 9 mm de la marca Smith &Wesson es la más utilizada en delitos y la preferida de los traficante­s de armas
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FUENTE: Gun Control Group Brady LV
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NURPHOTO / GETTY El contraste. El centro histórico de Filadelfia es un gran foco de atracción de turistas, que desconocen qué pasa más allá
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SPENCER PLATT / GETTY La epidemia armada Imagen de una protesta contra las armas en Filadelfia, una de las ciudades de EE.UU. con más homicidios

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