La Vanguardia

Rueda, el heredero silencioso

El nuevo presidente gallego es el menos conocido desde los ochenta, pero también, y con diferencia, el más bregado en la Xunta

- ANXO LUGILDE

La carrera política del que la próxima semana se convertirá en el sexto presidente de la Xunta, Alfonso Rueda Valenzuela (Pontevedra, 1968), se inició con un poco edificante silencio. En 1993, cuando fue elegido para su primer cargo en el PP, de presidente de Nuevas Generacion­es de Pontevedra, enmudeció y no pudo articular palabra alguna. Su padre, el ya fallecido senador José Antonio Rueda, le hizo un comentario glorioso, el de que estaba muy contento, porque a partir de ese momento lo único que haría sería mejorar.

Esta llamativa anécdota cobra actualidad porque, en cierta medida, para poder ser investido el próximo jueves como el sucesor del ahora presidente del Partido Popular en España, Alberto Núñez Feijóo, Rueda ha tenido que enmudecer bastante en su papel de vicepresid­ente de la Xunta durante los últimos casi diez años y como el hombre fuerte en el gabinete ya desde el 2009.

Ninguno de sus múltiples y variopinto­s antecesore­s en la vicepresid­encia, entre los que figuran Mariano Rajoy y Feijóo, mantuvo antes un perfil tan bajo. Esa posición a la sombra del presidente, más como un fontanero de lujo que como un dirigente de primera línea, no se debió ni a una falta de capacidad ni a una apuesta propia de este letrado, secretario municipal.

Respondió a su disciplina­da adaptación al modelo hiperpresi­dencial y omnipresen­te de Feijóo, que convirtió al muy personalis­ta Manuel Fraga, presidente de la Xunta de 1990 a 2005 y exministro de la dictadura Franco, en un insospecha­do jugador de equipo.

Así, este PTV (pontevedré­s de toda la vida), con el acrónimo que se usa en algunas ciudades gallegas para remarcar el abolengo urbanita, era aún en marzo un desconocid­o para la mayoría de los gallegos, pues solo el 46% lo identifica­ba, según La Voz de Galicia. Sin embargo, ya superaba a la consejera de Pesca, que a menudo encabezó ese ranking, porque se llama Rosa Quintana, como la presentado­ra televisiva.

Si bien hoy Rueda debe ser más popular, por todos los trámites de estas semanas previas a la sucesión, hay que retroceder a los nebulosos inicios de la autonomía en los ochenta para hallar llegadas al poder desde comparable­s niveles de anonimato, como las del popular Xerardo Fernández Albor, el primer presidente, o el socialista Fernando González Laxe.

Después, Fraga pulverizó todas las marcas y tanto el socialista Emilio Pérez Touriño como Feijóo accedieron al mando con tasas de como mínimo el 80%.

La gran paradoja de Rueda reside en que, en cambio, su experienci­a previa en altos cargos de la Administra­ción autonómica se encuentra a una distancia sideral de la de todos sus antecesore­s. Comenzó en los últimos años del fraguismo, desde el cambio de siglo al 2005, en la Consellerí­a de Xustiza, cuyo titular, Xesús Palmou, el último secretario general del PPDEG de Fraga, le aconsejó a Feijóo que pusiese a Rueda en ese cargo orgánico del partido cuando en el 2006 tomó las riendas de los populares gallegos.

Alterna el duro estilo de martillo hacia sus rivales, con el trato cercano y afectuoso entre los suyos

Coincidió que tenía el perfil que el ahora líder del PP en España buscaba. Formaron un tándem en el que Rueda se encargó de la renovación del partido y de actuar como el poli malo, el martillo de herejes de la Xunta de PSOE y BNG. Dirigió la campaña que llevó a Feijóo al poder en el 2009, la más dura que se recuerda en Galicia. Fue el salvaje noroeste y Rueda era el sheriff de un PPDEG que tachaba a Touriño de “sultán” por vivir como Fraga. En plena crisis económica, el mensaje caló.

Si bien Rueda nunca fue uno más en el gabinete de Feijóo, no se libró de tener que dimitir de diputado en el 2009, como los otros consejeros. Pero en el 2012, con la vista puesta ya en el salto a Madrid y antes de que apareciese­n las fotos con el narco Dorado, el jefe no sólo le dejó seguir de parlamenta­rio, requisito imprescind­ible para el relevo, sino que le nombró vicepresid­ente, resolviend­o así ya la sucesión que se ejecuta ahora.

En el 2016, Feijóo lo puso al frente del partido en Pontevedra. No le degradaba, sino que le encargaba una misión imposible –y que no logró–, la de parar al todopodero­so alcalde vigués, el socialista Abel Caballero.

La imagen de duro, que Rueda mantuvo en la Xunta fustigando a la oposición, contrasta con su trato afable y cercano. Es posible que genere mayor afecto y simpatía dentro del PPDEG que el propio Feijóo, pero en lo que no puede ni compararse con él es en la autoridad y las garantías de victoria que este ofrecía. Rueda, padre de dos hijas, motero, ciclista y runner, constituye en este momento toda una incógnita como líder y cabeza de cartel electoral.

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CABALAR / EFE Alfonso Rueda, en un acto en El Ferrol el pasado viernes

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