Junts busca su auriga
El partido afronta un congreso clave en el que definirá el rumbo para los próximos años y renovará la dirección
Junts per Catalunya se gestó en la habitación de un hotel en Bélgica en otoño del 2017 deprisa y corriendo, con los comicios autonómicos a la vuelta de la esquina. Aquella lista electoral, con integrantes de distinta sensibilidad y trayectoria política, y llena de independientes, fue el embrión que en el verano del 2020 llevó a la constitución de un partido tras la ruptura con el Pdecat en plena pandemia, y con otras elecciones en el horizonte.
Dos años después, la formación celebra su primer congreso ordinario, el 4 de junio en Argelers, y renovará la dirección por completo tras la salida de Carles Puigdemont –presidente– y de Jordi Sànchez –secretario general–. El reto es encontrar un auriga que logre acompasar las dos almas de la formación, representadas hoy por Laura Borràs, presidenta del Parlament, y el exconseller Jordi Turull, vicepresidente del partido. El hecho de haberse situado como tercera fuerza en Catalunya –casi empatada con PSC y Esquerra– y de ser uno de los socios del Govern no ha eximido al partido de turbulencias internas.
La solución que propugnan muchos dirigentes sería, a grandes rasgos, un pacto entre las dos almas, la independiente que se unió al partido tras el 1-O y la de tradición convergente, asentada en el Govern y el sottogoverno, con Borràs de presidenta y Turull de secretario general. Si no hay conjunción de proyectos, Jxcat puede verse abocado a mantener la situación convulsa que se ha vivido.
Durante el primer año desde la fundación del partido, Jordi Sànestrategia.
La formación nació sobre dos almas, una más pragmática e institucional y otra más activista
chez estaba aún en prisión, y cuando salió en libertad en junio del 2021 se topó con fuertes resistencias en la dirección que se había acordado un año antes. Hubo dirigentes molestos con su estilo de llevar el partido, y también por el pacto que cerró con Pere Aragonès para gobernar en coalición con Esquerra en la Generalitat.
Aunque los dos sectores comparten objetivo, y la frontera que les separa se difumina a menudo, las diferencias aparecen en las políticas concretas, y también en la
Los post convergentes, más pragmáticos, se han mostrado favorables a asumir la gobernabilidad en la administración bajo la premisa de que toda política que no haga uno se puede hacer contra uno, mientras que los independientes que se sumaron en otoño del 2017 han expresado sus recelos a menudo. Además hay diversas familias con diferente ascendencia. Varias de ellas se habían puesto de acuerdo en su oposición a Sànchez, pero cuando anunció su salida esas alianzas coyunturales perdieron sentido.
Puigdemont, el único líder indiscutible en su espacio, expresaba esta semana su satisfacción, en la misiva enviada a la militancia en la que anunciaba su paso al lado, por el hecho de que Junts no sea un partido “en el sentido clásico, vertical, rígido y con pensamiento único”. “Esa actitud nos aleja de la tentación sectaria en que suelen caer determinadas organizaciones muy rígidas y de gobernanza muy vertical”, apuntaba. A la vez, reconocía que “eso hace mucho más exigente y compleja la gestión ordinaria”.
Son muchas las voces que han pedido un pacto entre familias y una “candidatura única ganadora” para evitar divisiones que debiliten al partido en el congreso de junio. A menos de un año de los comicios municipales, y con la incógnita abierta en Barcelona por la marcha de Elsa Artadi, Junts aspira a consolidarse en todo el territorio y a retener o ampliar el poder municipal que tuvo Convergència y luego Jxcat –con el Pdecat–.
Para ello, tendrán que armonizar la actual polifonía, algo que en la actual dirección algunos consideran capital para volver a ser la primera fuerza independentista y evitar que ERC afiance su poder.