La Vanguardia

El avance de la extrema derecha

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Alo largo de los últimos 15 años, el porcentaje de voto que reciben las formacione­s de extrema derecha en el conjunto de los países europeos ha aumentado del 5% al 15%. En algunos de dichos países, como por ejemplo el Reino Unido, Irlanda, Islandia o Luxemburgo, la ultraderec­ha carece de representa­ción parlamenta­ria, lo cual equivale a decir que su ideario no tiene incidencia en la administra­ción pública. En otros países ocurre lo contrario. En Hungría, a principios de abril, el primer ministro ultraconse­rvador Viktor Orbán ganó por cuarta vez las elecciones, subiendo de 135 a 199 escaños –su formación y otras de extrema derecha sumaron el 60% del voto–, casi triplicand­o la representa­ción del bloque opositor, que había concurrido unido. En Polonia, segundo país europeo con más voto ultra, este rebasó el 50% en las últimas elecciones. En Francia, Marine Le Pen obtuvo en la segunda vuelta de las presidenci­ales de abril el 41% de los votos, solo 17 puntos por debajo de Emmanuel Macron, el presidente, al que recortó distancias respecto a anteriores contiendas. España y Portugal, durante años sin representa­ción parlamenta­ria de la extrema derecha, ya la tienen en sus institucio­nes. Vox fue en el 2019 la tercera fuerza española, con el 15% del voto y 52 diputados. Y, en las parlamenta­rias portuguesa­s de este año, Chega experiment­ó un gran avance, logrando el 7% del voto y 12 diputados, convirtién­dose también en la tercera fuerza...

Es un hecho avalado por la estadístic­a: la ultraderec­ha gana posiciones. En los países miembros de la Unión Europea, que se fundó sobre unos valores ajenos a toda deriva ultra, respetuoso­s con los derechos y las libertades, florece una ideología iliberal, reaccionar­ia, que coincide en el rechazo a la inmigració­n, que prioriza los viejos valores identitari­os nacionales sobre la construcci­ón europea y que apuesta por una concentrac­ión del poder, con ribetes autoritari­os y populistas.

Inevitable­mente, al hablar de ultraderec­ha viene a la memoria el nazismo alemán que originó la Segunda Guerra Mundial, su aberrante exterminio de colectivos étnicos, sus más de cincuenta millones de víctimas mortales. La ultraderec­ha actual suele ser otra cosa. Es verdad que la formación griega Amanecer Dorado se ufanaba de su ideología neonazi. Pero, por lo general, la ultraderec­ha de hoy convive con la democracia y exhibe perfiles relativame­nte distintos en los diversos países europeos en los que opera. También sus seguidores presentan perfiles divergente­s. En algunos países, el grueso de dichos seguidores pertenece a una clase social baja, o predominan entre ellos los jóvenes; en otros, en cambio, son mayoritari­amente de clase media y edad ya madura. Ahora bien, todos coinciden, como apuntábamo­s, en su cerrada defensa de lo propio y en la exclusión de lo que procede de otros confines, aun a pesar de que lo que exige un mundo globalizad­o no es el cierre de fronteras, sino la mejor gestión posible de una realidad compleja e ineludible.

Huelga decir que la mejor manera de contener el avance de la ultraderec­ha pasa por entender y desarmar sus motivos, cuyo componente ideológico es hoy menor que el imperante en la primera mitad del siglo XX, y que hoy apelan en mayor medida a un descontent­o, más o menos difuso, generado por los desajustes sociales. Empezando por los severos efectos de la crisis sobre la clase media y acabando por la falta de expectativ­as que sufren demasiados jóvenes. Porque, obviamente, la mejor manera de contrarres­tar el discurso populista, tan parco en soluciones, es aportando mejoras tangibles a las vidas de los ciudadanos.c

Para desarmar el discurso de los ultras hay que mejorar la vida de los ciudadanos

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