La Vanguardia

El cuento de las criadas

- Xavi Ayén

Por la puerta de servicio –esa anacronía– se cuelan siempre las mejores historias. Contra toda evidencia, el mundo considera más interesant­es las vidas de los héroes, los másters del universo, y en las grandes escenas de la humanidad nos olvidamos de las personas que traen el café, como si fueran parte del atrezo. A menudo ponemos (y yo el primero) el foco en la gente equivocada. Me preguntan mucho por los 27 premios Nobel que he entrevista­do, pero, si tuviera que escoger, yo les contaría la vida de São, la caboverdia­na que en el 2009 trabajaba de camarera en una cafetería de Lisboa y que fue portada del Magazine de este diario al haber inspirado la novela con que Ángeles Caso –para quien trabajó un tiempo en Madrid– ganó el premio Planeta ese año. Su historia, digna de la mejor ópera, era auténtica y conmovedor­a. Las grandes novelas se han hecho con vidas así.

Hay empleadas del hogar que forman parte de la historia de la literatura, como las Claire y Solange de Jean Genet, la Poncia de Lorca, o las Elicia y Areúsa de La Celestina. Más recienteme­nte, la Jesusa Palancares de Elena Poniatowsk­a o varios personajes del Manual para mujeres de la limpieza de Lucia Berlin.

Más allá de la ficción, Cristina Sánchezand­rade ha decidido, en Fámulas, librito recién publicado por Anagrama, dar voz directamen­te a cinco de ellas. Las tormentas a las que deben enfrentars­e las convierten en personajes memorables: la portuguesa Joaquima, obligada a prostituir­se; la hondureña Deybi Vanessa, que en una urbanizaci­ón de Pozuelo aguantaba los fuertes golpes que una niña de 9 años le propinaba en el estómago (los padres solo le decían, cada vez que la pillaban, “pídele perdón”); la caboverdia­na María Fátima, despedida por celos de la señora porque obedecía al fisioterap­euta y le ponía crema en la pierna al anciano señor; la nicaragüen­se Rosario, que llora al volver a casa, tras años, y ver que su hijo pregunta “¿esa señora es mi mamá?”. Todas ellas, en algún momento, han sufrido la cobarde necesidad de algunos seres humanos de humillar al de abajo, al que a veces pagan 500 o 600 euros por el trabajo de todo un mes. Habrá vidas tan interesant­es como las suyas... pero no más.c

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