La Vanguardia

Razones y estropicio­s

- Francesc-marc Álvaro

Con la firma de un juez. Así lo explicó la directora del CNI en la comisión de Secretos Oficiales. Un juez del Supremo autorizó el espionaje –no aclaró si usando el programa Pegasus o técnicas más tradiciona­les estilo La Camarga– a Pere Aragonès, actual representa­nte del Estado en Catalunya en tanto que presidente de la Generalita­t. Dado que los que pueden no levantan el secreto, no sabemos con qué peculiar razonamien­to el juez autorizó este espionaje, pero sí podemos afirmar que el dirigente de ERC no es un terrorista, ni un narcotrafi­cante ni un mafioso, actividade­s que podrían justificar esta intrusión en su privacidad. Aragonès fue negociador del acuerdo con el PSOE que hizo posible la gobernabil­idad (apúntense esto los patriotas del “a por ellos” y los que creen que hay espionajes de primera y de segunda) e interlocut­or preferente de Sánchez. Le espiaron cuando ambos estaban hablando.

Los que no vean aquí un escándalo propio de una república bananera es que han estudiado el mismo libro de historia nacionalca­tólica que Ayuso, cuyo camino a la santificac­ión súbita parece ya imparable.

Los que ponen la razón de Estado por encima de todo consideran un dato irrelevant­e que el espiado sea Aragonès o cualquier otro político catalán (repito, no se trata de terrorista­s, narcotrafi­cantes ni mafiosos), siempre que el juez haya estampado su firma en el papel del CNI. La razón de Estado lo aguanta todo, que para eso está. Esto ya nos lo explicó con claridad meridiana uno de los políticos socialista­s más eficaces en transitar los laberintos resbaladiz­os de Leviatán, el añorado Pérez Rubalcaba. Al fin y al cabo, como diría el castizo, “ellos se lo buscaron”. Se lo buscaron por ser lo que son, haberse apuntado al PSOE o al PP, si querían vivir tranquilos. La razón de Estado siempre nos conduce al paradigma de la falda corta y la violación: “Es que van provocando”. Es la tesis de Robles en el Congreso.

Sánchez está atrapado entre las consignas de los guardianes de la razón de Estado, las medias verdades del CNI y la necesidad de mantener la mayoría que le invistió. El descontrol es mayúsculo, no son “turbulenci­as”. Y el estropicio no puede disimulars­e, las palabras no lo pueden tapar. Si no ruedan cabezas por higiene democrátic­a, tal vez rodarán por incompeten­cia manifiesta.c

La razón de Estado siempre nos conduce al paradigma de la falda corta y la violación

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