La Vanguardia

Deja tu huella

- Juan José Omella Cardenal arzobispo de Barcelona

Este domingo la Iglesia celebra la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y la Jornada de Vocaciones Nativas. Hoy la comunidad cristiana está llamada a orar para que la Iglesia crezca. La Iglesia necesita personas comprometi­das con el evangelio, tanto en nuestra diócesis como en los territorio­s de misión. El lema elegido es: “Deja tu huella, sé testigo”. A propósito de este lema, quisiera compartir con vosotros un precioso cuento.

Una noche, un joven soñó que iba caminando por la playa junto a Dios. Sus pasos dejaban en la arena dos hileras de huellas. Cada pisada representa­ba un día de su vida. El joven se dio la vuelta y, cuando observó que las dos hileras de huellas se extendían a lo largo de la playa, dio gracias a Dios. Dios había caminado siempre a su lado durante toda su vida.

Estaba feliz, sin embargo, mientras observaba las dos hileras de huellas, algo sucedió. El joven observó que en una parte del camino solo había una hilera de pisadas. En ese momento, se acordó de un momento difícil de su vida en que sintió que Dios le había abandonado. El joven, algo triste, le preguntó a Dios por qué no estaba a su lado cuando más lo necesitaba. Entonces, Dios le miró con amor y le dijo: “Esas huellas no son las tuyas, sino las mías. En aquel momento tan duro de tu vida, yo te llevaba en mis brazos”.

Esta historia nos recuerda que hemos venido a este mundo para caminar al lado del Señor. Él nos invita a llevar la Buena Nueva a todas las personas que encontremo­s a lo largo de nuestro camino, especialme­nte a aquellos que la vida ha dejado en la cuneta. Dios cuenta con todos nosotros, laicos, sacerdotes y miembros de la vida consagrada, y quiere que dejemos la huella de su amor en el corazón de cada uno de nuestros hermanos. Seamos testigos gozosos del Reino de Dios hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8)

Tal como leemos en esta historia, Dios no nos deja solos jamás. Siempre nos acompaña. No es casual que esta jornada coincida con la festividad del Buen Pastor. En el pasaje del Evangelio que hemos leído hoy, Jesús nos dice que somos miembros de su rebaño. Nada podrá separarnos jamás del amor de Dios (cf. Rom 8,39).

La vocación es siempre una respuesta al amor de Dios. “Él nos amó primero” (1Jn 4,19). Nuestra vocación fundamenta­l es la de amar y hacer el bien a todos. Así lo intuyó

Dios nos invita a llevar la Buena Nueva, sobre todo a quienes la vida ha dejado en la cuneta

santa Teresa de Lisieux, cuando descubrió, tras años de reflexión, cuál podría ser su lugar en la Iglesia: “En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor […] el amor encierra en sí todas las vocaciones” (Manuscrits autobiogra­phi ques, Lisieux 1957, p. 227).

Tal como nos dice la presentaci­ón de esta jornada de oración, “la vida cristiana es una vida vocacional, en la que cada uno debe ser capaz de enfrentars­e consigo mismo y tomar decisiones fundamenta­les, profundas, que llenen el corazón y el alma, que dejen huella y nos hagan testigos de un amor más grande”. No olvidemos que contamos con la ayuda del Señor. ¡Abandonémo­nos en sus manos!

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